jueves, 8 de mayo de 2008

La pasión por "El Reclamo"

Para hablar del reclamo de perdiz, lo primero que se debe plantear un aficionado es la explicación a la pregunta de porqué se lleva a cabo esta modalidad de caza y porqué este individuo, llamado cuquillero, jaulero o reclamista, permanece sentado en un tollo contemplando semejante escena y participando finalmente en ella con el desenlace mandado del abate de la pieza de caza.






El jaulero o cuquillero no practica este arte por matar, ni siquiera por cazar entendiendo la caza como búsqueda de la muerte del animal cazado, para los que así la entiendan. Primera convicción imprescindible para comprender algo de todo esto. Es arte venatorio por asociación entre el hombre y un animal, en este caso, su reclamo, un macho de perdiz, como se podría desarrollar en otras cazas: la cetrería, los galgos, el hurón, la propia perdiz al salto con perro, la montería, etc.

Al contrario, lo hace por disfrutar de esta modalidad como un río caudaloso y desbordado de identificación con el hecho natural de la reina de la caza menor: la perdiz roja campera y en su momento temporal previo a la reproducción, persiguiendo lo que esta ave esquiva y brava atesora en su interior, su comportamiento, sus reacciones y la belleza de su contemplación oculta en plena naturaleza, no así su posesión una vez abatida. No hay que ser perdiz para comprender lo que siente un cuquillero, pero casi. En ocasiones, ni siquiera este protagonista, con papel secundario asignado, en el caso del cuquillero, es capaz de describirlo; tal es el trance y la pasión vivida con su reclamo, mientras se desarrolla el lance.

No creo que se busque satisfacer una libido especial, sino una contemplación privada, exclusiva y privilegiada del momento breve en el tiempo, pero más hermoso, plástico y sonoro de un ciclo inigualable, que desarrolla una especie dotada, como sabemos, especialmente para hacerlo de una forma maravillosa y singular, por no decir exclusiva. De esto último no creo preciso explicar lo que es la perdiz para un cazador, aun no siendo cuquillero. Da igual, por tanto, ser hombre o mujer quien lo persiga o cofrade de mas o menos alta capa social. La pasión por el reclamo es la misma porque esta fuertemente arraigada en la esencia de la caza y en los valores del cazador en su busqueda del protagonismo que le permite la propia naturaleza, solo que, en este caso, es de espectador privilegiado.










Perdiz roja es igual a bravura y montaraz -entendido, este último concepto, como indomable, salvaje y rebelde. Encelada, equivale además a pendenciera, luchadora y agresiva sin cuartel, al margen de su capacidad física y tamaño, no por ello menos capaz de dominar su territorio. La perdiz desarrolla y aflora tal cúmulo de recursos, matices, y argumentos interiores en el trance al que se presta en ese momento, que sube su catalogación como especie a posición elevada en el crisol resultante de la evolución animal, plasmado como un sello genético mucho mas notable que en el resto de su ciclo vital anual. Imaginemos a la codorniz, por ejemplo, ave caliente y similar en ello; al venao en su berrea; al propio cochino en celo que describe el aguardista; al corzo esquivo tras su hembra, que ejerce instinto de territorialidad indudable y pelea con otro macho territorial. Recursos contundentes, es verdad; lección y espectáculo enorme para los sentidos, es cierto, pero todos ellos, previsibles. La perdiz en celo, contrariamente, sorprende, apabulla, destapa todas sus esencias sin complejos y nadie, repito nadie, ni siquiera el jaulero mas experto es capaz de aventurar lo que va a ocurrir en cada lance y en su puesto, defendiendo la perdiz, como lo hace, su terreno. He ahí la trama y el nudo de este espectáculo. He ahí la causa de nuestros desvelos cuquilleros: Las cosas que hace la Reina en su territorio.

No es el celo, es lo que este supone. De hecho, lo que el par campero defiende es su lugar previamente conquistado, con finalidad de cría ulterior, base espacial imprescindible para desarrollarla. Por lo tanto, es por su terreno por el que pelea el macho del reclamo disputándoselo al del campo, al invadirlo desde el pulpitillo.

La trama, el escenario y las luces también son muy especiales. Parece como si la Reina eligiera, por ella misma, el lugar donde batirse. De ahí, entre otras razones, casualmente, la necesidad de conocer sus costumbres y el acierto en la idoneidad de la colocación del escenario y los fallos cuando el campo se atranca y no acude al lugar equivocado elegido.

El cuquillero asiste, pues, al debate, primero; a la lucha, poco después. Solo por una razón de pacto no escrito, de complicidad y asociación previamente construida, le debe correspondencia al pájaro de su jaula al que ha debido encelar justamente pero, previamente, acostumbrarle a su presencia y complicidad, acabando el lance con la muerte del campero. No goza este, el de la jaula, de compañía de hembra, ni posee territorio alguno, por lo tanto, su socio humano contemplativo viene obligado a acabar, a su forma, con sus medios, un mandato natural, confiado y respondiendo a la bravura de su reclamo: él es, el cuquillero, el desenlace a esa pelea salvaje, pero a su vez ancestral, inigualable y exclusiva, cargada de dramatismo pero auténtica, cada vez que se aproxima al campo con su jaula a las costillas y se siente parte fundamental del mismo. No le queda otro remedio que cumplir con su papel y, aunque le pese, llevarlo a cabo.

Solo en este momento último, el del tiro, el cobro y demás, podríamos considerar el hecho como asimilado, generalizado o común con las demás formas de la venatoria. Juzgar esta caza en función del resultado del mismo o la dificultad física, en competencia respecto a la pieza abatida, sigue siendo algo banal, secundario y circunstancial para el cabal cuquillero, a quien toda esta guisa general, le importa un auténtico bledo. Véase, como prueba de este extremo, que la tertulia o conversación cuquillera anterior y posterior a la caza del reclamo rara vez versa sobre el tiro, la escopeta, los cartuchos, el número de las abatidas, siempre se cuenta el desarrollo del puesto, la jaula, el campo, la aproximación, los cantos, los movimientos, el triunfo o el fracaso del reclamo, etc. Es decir, aquello que va buscando, en realidad y aquello que le interesa: la obra

No es sainete ni comedia, es un drama, pero por eso mismo, arte, ahora si, insisto, compartido con el hecho natural, con un papel asignado por parte del cuquillero y reservado para si, gracias a su reclamo.

Los balances, los números, los resultados en piezas, las jornadas cinegéticas, todo ello, es accesorio con esta caza, porque caza es, al final. Pero nada de todo ello es motivo ni comparable posible con lo que busca el jaulero, sacar billete de palco y sentir, presenciar y participar, en esta obra, de cerca, con participación y sabiendo lo que se trae entre manos.





Todo lo demás que se asemeje a hacer percha y recorrer esta vereda por otros andurriales de artificialidad, no es el arte de la caza del reclamo de perdiz, es…….vaya Vd. a saber lo que es.










Cordialmente,


18.6.07

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