jueves, 8 de mayo de 2008

Cazadores veteranos

Parece ser que muchos son los cazadores veteranos, maduros o viejos, nostálgicos de antiguas formas de ver y practicar la caza, que reniegan de ella actualmente, porque se ha apartado de su propio concepto personal de lo que es cazar. Es cierto que la caza no es lo mismo ahora que antes. Desde luego ha ido a peor en muchos aspectos, desde el económico al de su pureza y autenticidad, pasando por su consideración social. A pesar de todo, tenemos un sitio en la caza moderna, por supuesto que si.
Por otra parte han sido llamativas las ocasiones, en las que leo y escucho a algunos de nosotros, los maduros, afirmar que no les importa ya cómo es y hacia donde va la caza, ni en lo que se ha convertido, y que el futuro no les incumbe, porque pertenece a las generaciones de jóvenes cazadores, se desmarcan de esta dura realidad. Justifican su pasividad y falta de implicación en los problemas de la caza actuales y, dan a entender, aunque sin atreverse a afirmarlo abiertamente, que ellos ya hicieron lo que podían para mejorarla. Algunos ni siquiera se molestan en justificarse, sencillamente se ausentan ante un panorama mas bien negro.

Otros, además, meros practicantes testimoniales de modalidades concretas, o en lugares, cotos o zonas, exclusivos y excluyentes, o privilegiados, enfermos de localismo, se atreven a criticar la caza actual, fervientemente, conscientes de sus privilegios, comparándola, en todos sus aspectos, con lo de antes, y poniendo, desde su posición altiva, a parir, -en una suerte de huída hacia su interior, sobrevalorando lo suyo- a los que, a pesar de nuestra edad, aun queremos seguir cazando, como ahora se caza, sin renunciar a nada de lo que nos depare el futuro, mientras exista esperanza, y aceptando los aspectos negativos que, verdaderamente, tiene la caza actual, con tal de seguir cazando, pero, eso si, de verdad, cazando bien. Me incluyo en estos últimos. No hay que tirar la toalla.

Y, después de todo este lío, que nos hacemos los viejos, afrontando disputas (que no debates) interminables y absurdos, para demostrar: quien fue mejor cazador; quien ha aguantado mas “chufas”; quien ha tenido mas éxito, cazando; quien sabe mas de esto o aquello; quien ha cazado en mas sitios; quien es mas culto en lo cinegético; quien ha llegado mas lejos; y…. como dice Serrat en su canción, “quien es el que la tiene mas larga”. Me pregunto si esto sirve para algo, ante los jóvenes. Yo no lo veo. Esto es absurdo. El espectáculo en el que desembocamos, con afrentas, unas veces, y vergüenzas, las mas de ellas, nos aproximan a la pelea de unos viejos jabalíes, con mas canas que navajas, y mas mala leche, que fuerza. Pero el joven cazador contempla esto extrañado, no entendiéndolo, aburrido, sin sacar nada aprovechable y sorprendido, de tanta rabia acumulada, por haber sido incapaces de conservar lo que teníamos y querer figurar como un caso excepcional de todo lo bien hecho hasta ahora, desmarcándonos de lo malo que ha acontecido para los cazadores en estas últimas décadas.

Otra cosa es que nos creamos los más cazadores de todos y, desde luego, solo por ser maduro, yo no me lo considero y, es mas, no creo en nadie que trate de convencerme de que es, o fue, el mejor, en nada. La valía, el conocimiento, las buenas prácticas y toda esa suerte de atributos de los que presumimos los maduros hay que demostrarla en el terreno, en el campo, juez implacable para todos, viejos y jóvenes, con un arma entre las manos.

Pienso que nos estamos equivocando de papel. El nuestro es el de, para empezar, respetarnos, aunque solo sea por los años de experiencia propia y ajena, y la fortuna de haber vivido, y compartido, aquella caza tan magnífica, salvaje y libre que tiene toda la pinta de no regresar y que, a pesar de todo, es la que ha hecho posible que las especies cinegéticas lleguen a nuestros días para ser disfrutadas por los nuevos cazadores. Nosotros estábamos ahí en aquella caza y en esta. Solo eso nos avala ante el joven y debería impedirle señalarnos con el dedo. Sin embargo, deberíamos ser menos eruditos y más prácticos. Explicar las cosas de la caza vieja o antigua para, así, hacer posible que nuestros interlocutores jóvenes aprovechen algo de todo ese bagaje y luchen por recuperar aquellos años dorados de abundancia y libertad, plenos de satisfacción, no mediatizada por el dinero, si lo creen útil, válido y posible, para la caza del futuro, que ellos han de disfrutar. Lo que si es una verdad irrefutable es que, por pasividad, falta de arraigo a la venatoria en muchos casos, autocomplacencia, individualismo o una suma de todo ello, la caza que hoy tenemos carece de todas esas virtudes propias de aquellos años dorados y eso es imputable a nosotros, porque hemos dejado que termine siendo como es ahora: un mero negocio sin valores humanistas. Hay que hacer autocrítica, sin avergonzarse.

La mejor y mas digna opción sería que, valientemente, quisiéramos desarrollar un papel, -que antes no hemos ejercido-, por lo que sea, pero que si, claramente, era cosa nuestra y, como penitencia, por no haber defendido aquella, nuestra caza, entonces, hacerlo, por lo tanto, ahora, dando la cara, allí donde corresponda y encabezando un deseo justo y lógico, como es, seguir cazando, y volver a cazar, y cazar bien, como antes. ¿Quién se apunta?. Porque salirse del trance diciendo que la caza real y autentica esta muerta o se va a morir mañana, no me sirve, es, únicamente, volver a mirar, una vez mas, para otro lado y sembrar cortinas de humo tan personales como falsas que, en estos momentos, sobran.

Retomo mi afirmación anterior, referente a que los maduros podríamos convenir entre todos, que por el hecho de serlo no, necesariamente, se es más experto, cazador universal o sabelotodo en la caza. Es cierto. Aunque también lo es que, reconocerlo, cuesta y, públicamente, no vende; viste mucho esa imagen de veterano experto cazador de tez curtida, barba blanca, sombrero africano y fumando en pipa con el Express al hombro. Sin embargo, en paralelo, no me parece difícil comprender, aceptar o suponer, al menos, que un cazador con años en el campo y experiencia suficiente, es un valor, a tener en consideración y no perder. Ambas impresiones son ciertas, algo de aprovechable tenemos.

También es coincidente el desarraigo existente, ahora, con lo ancestral, lo tradicional y la ética antigua de esta actividad cinegética, que proviene, fatalmente, de la incursión en ella del dinero. La caza ha sido vendida y, con ello producida masivamente, explotada y masificada, perdiéndose, en consecuencia, con ese enfoque financiero-mercantil, las raíces sobre las que se sustentaba, que pasan a no ser importantes y en muchas ocasiones, en boca de cazadores modernos, despreciables y prescindibles. Conceptos vigentes como la deportividad de la caza moderna confrontan con aquellos valores ancestrales, y, en brazos de esa moda o etiqueta, son denostados.

Esta mercantilización ofrece interesadamente, además, facilidades para todo: coches, armas variadas, municiones precisas, perros supernariz, entrenados con un libro; granjas, caminos asfaltados, cortijos-hotel, agentes comerciales, empresas cinegéticas, etc. Todo esta disponible y es fácil, si tienes dinero para cazar. Es esta consideración de la caza-negocio la que ofrece mejores y más medios para practicarla; información de todo tipo para ilustrase, libros, vídeos, cursos, de todo aquello que sea necesario tener y saber, para, casi de un día para otro, salir de caza, opinar sobre ella y salir de catedrático cacero en un par de días.

Tampoco tiene sentido lo contrario, que practican algunos veteranos, padeciendo una amnesia voluntaria y renegando de lo suyo, de su propia vida venatoria anterior, que se empeñan en destacar todo lo que, a la luz de la ética moderna y de la deportividad vigente, antes, hacíamos mal apuntándose al servilismo de lo nuevo. Como si, antaño, no hubiera principios éticos, se fuera solo a por carne, a arrasar aquel campo virgen, a no dejar bicho con vida, a transgredir la ley por sistema, etc. etc., imputándonos y auto flagelándose por aquellos y por todos los pecados, incluidos los de ahora. Si esto fuera verdad, en general y como pauta colectiva de comportamiento de aquellos cazadores antiguos, no habría caza en la actualidad. No es el caso, es mas, precisamente porque, antes, se hacía todo lo contrario, ha llegado a nuestros días. Baste leer a Delibes, a quien no veo yo colgándose un águila imperial en la percha, ni poniendo lazos a los linces, ni, desde luego, masacrando a las perdices del páramo desde un cuatrolatas. Y, desde luego, este hombre, no era una excepción, en aquellos tiempos, ni con aquella caza, al contrario, su éxito literario se basa en reflejar en sus letras lo que, antaño era la caza y los cazadores. ¡Basta ya de justificaciones y de golpear nuestros doloridos pechos por los pecados cometidos!. Nada de toda esa leyenda de caza sin control y sin cabeza es cierto. De lo que si tenemos culpa es de no haber sabido defender la caza auténtica y de haberla dejado a su suerte en manos de los mercaderes; de haber permitido ignorar el papel social del cazador y consentir allanar nuestros derechos. Bien, pues si, hay que reconocerlo. Pero, de la prostitución actual del tríptico: dedo fácil-billetera abierta-caza falsa, de eso, nada. Eso tiene otros inventores.
Quien reniega de lo propio se convierte en siervo de lo ajeno y, en esto, la conciencia suele jugar malas pasadas. Hay quien, con esta actitud renegada, siendo cazador maduro, pretende liberarla endosando a su generación, o a las precedentes, sus pecados individuales, hasta ahora ocultos y que, por lo visto, en plena condena colectiva del veterano, toca aflorar subiéndose al carro de la crítica al cazador antiguo, siéndolo en primera persona. Esto no es hacer autocrítica, es suicidarse y condenar a los contemporáneos vilmente, metiendo a todos dentro de un saco maloliente, pero absolutamente falaz, además de suponer una villanía inadmisible e imperdonable.

Sobre estas conclusiones, viene al caso, por lo tanto, definir nuestro papel el del maduro, porque, entonces, si todo es tan fácil, accesible y preparado, ¿sobramos?, ¿no tenemos papel alguno en esta fiesta?. Si la caza moderna tiene todo previsto, preparado, estudiado, claro y disponible, entonces, ¿no tenemos nada que aportar?

Para mi la buena idea es contestar a la pegunta de si, para cazar, hay que aprender a ser cazador. Parece, según los vientos modernos, que no. Sin embargo mi opinión es que para cazar hay que saber cazar, aprender a cazar bien y seguir, siempre, aprendiendo, pero, a ser cazador y demostrarlo en todo momento, también. Otra cosa es matar: pasar el día en el campo y arrearles tiros a los bichos. Si esto es cazar, en la idea actual de la caza, efectivamente, no es necesario aprender, ni hace falta tiempo para ello, ni tutor alguno que aconseje nada, ni sentirse cazador para nada. La simplificación de todo, en esta nuestra sociedad, termina convirtiéndonos en simples, sujetos de consumo de cosas. Y la caza no iba a ser una excepción. Todo fácil y, por lo tanto, todo simple. Todo, si, pero lo superficial.
A pesar de tener que reconocer que esto es así, no me queda más remedio, también, que apelar al concepto “cazar bien”. Significa ser eficaces y, con ello, obtener, además, un plus de satisfacción “interno y propio” inherente al hecho de cazar. Eso ya es otra historia. Porque todas esas facilidades que tenemos, ahora, en cantidad, medios y tecnología no garantizan, aunque lo pretendan, la preparación conceptual, el bagaje y, con ello, la satisfacción de cazar bien. Para eso hay que haberlo vivido intensa y frecuentemente o, al menos, visto a otros, vivirlo y escuchar métodos y sensaciones del cazador que así se comporta en el campo.

No me estoy refiriendo a la educación del cazador, a su corrección en el comportamiento, con las piezas y con los demás cazadores. Aunque, dicho sea de paso, sería deseable tenerla y actualmente brilla por su ausencia. Pero, de nuevo topamos con lo simple y, francamente educar a quien, en el resto de sus cosas de la vida, es un mal educado, ni me lo planteo. Me estoy refiriendo a los valores, necesarios de poseer para ser eficaces cazando y, de nuevo, “cazar bien”, percibiendo el resultado en un ejercicio de autorrealización venatoria en lo mas alto de la pirámide de Maslow.

Por lo tanto, valores. Y esto, en mi opinión, si es universal y si es aplicable a todas las zonas, modalidades y gentes, porque no están disponibles en los libros y es preciso poseerlos. Valores cinegéticos que es obligado transmitir, también, a esas nuevas generaciones. Ahí esta nuestro papel, precisamente, ahora que la sociedad, en todos los demás órdenes prescinde “deportiva y competitivamente” de ellos. Pues bien, la caza, como actividad de ocio debería ser un reservorio obligado de todos ellos al que acudir cuando cazamos, aunque sea en estos tiempos, usando las formas, conceptos y sentires que, antaño, se utilizaban, se percibían del hecho venatorio y, solo, los maduros podemos transmitir, por haberlos practicado y conocido intensamente.

Un ejemplo: Cuando alguno de nuestros “maduros” cofrades cuenta un cuento, además de hacernos pasar un buen rato con su narrativa, nos está transmitiendo como se hacían las cosas, que criterios se empleaban y eran comúnmente reconocidos, antes, para ser eficaces en la caza y, teniéndolos, disfrutar de ella. Que, después de todo, es de lo que se trata, de disfrutar haciendo algo, por uno mismo, y, donde lo difícil es, precisamente, lo que produce satisfacción personal. Este es uno de los valores que podemos transmitir. Hay muchos más.

Recuerdo, en este preciso instante y a propósito de esto, a una perdiz, (fijaos, qué cosa: una “simple” perdiz) que, para no aburrir a nadie con detalles, ni cuentos, me limitaré a decir que cobré, entre unas pocas mas, aquel día de la temporada 2004 y me dejó sumido en la mas grande de las satisfacciones, antes y muchas otras veces vividas. Esa, no se me ha olvidado. La persecución, la actitud de aquella pieza frente al peligro, sus mecanismos de defensa, su perfecta adaptación al medio que la vio nacer, su entrega luchando por la vida, el lance en si mismo y todo lo que tuve que hacer yo para abatirla, forman parte de un resumen de sensaciones irrepetibles, con aquella, precisamente, esa perdiz inolvidable. Tengo en mi memoria, muchas otras escenas parecidas y no precisamente de hace décadas, señal de que la caza moderna también proporciona esa felicidad si se tienen los principios.

Son esos valores personales los que debemos tener, adquirir y desarrollar, como cazadores, para conseguir cazar bien, percibirlo y, de esta forma, sentir y buscar la autenticidad de la caza, para así, ser, y disfrutar siendo, auténticos cazadores. A mi, ya me gustaría que, lo que yo experimenté con esa perdiz, aquel día, lo sintieran los cazadores de hoy, cuando cazan. Si yo fuera capaz de transmitirlo, solo eso, considero que ya sería un gran objetivo cumplido, como cazador maduro. Tengo dudas razonables sobre si el común de cazadores de hoy, en general, o la mayoría, lo ha experimentado alguna vez, una sola, cazando. Muchas dudas porque veo, escucho y leo. Sus razones para cazar, los medios y sus métodos son, a menudo, otros, que dudo proporcionen ese tipo de sensaciones tan profundas como para dejar surco en su memoria por una simple perdiz.

Lo que tienen que conocer los cazadores modernos no es, solamente, como se cazaba antes, sino la sensación de cazar que percibíamos, los cazadores veteranos. Lo cito, en tiempo pasado, porque, a decir verdad, hoy, es difícil conseguirlo, tal y como nos ofrecen la caza y la que hay, auténtica, disponible. Las suma de consideraciones, expectativas, percepciones, motivos, anhelos, objetivos, satisfacciones, frustraciones o fracasos, que significaban, y significan todavía, cazar bien, en mi opinión. Eso es lo que los nuevos deberían conocer de nosotros, por si se apuntan a ello, nada más (o, nada menos, según se mire). Es nuestro papel transmitirlo porque existieron esas consideraciones, y aun existen, dentro del sentir del cazador.

Porque esta aportación, además, conlleva, ver la caza desde otro enfoque, con pasión razonada, razonable y demostrable, menos mercantilista, artificial y práctico y, por lo tanto, más humano, mas aleatorio y mas vital. Y eso si lo podemos recuperar porque forma parte del ser cazador y se echa en falta en estos tiempos de percha monótona y prevista. Aspirar y recuperar más y mayor autenticidad personal en la caza y un mayor protagonismo, aunque sea incierto el resultado. No todo, es, -diría que casi nada- pegar tiros para matar caza.

Cuestiones como saber medir la dificultad; la dosis controlada de protagonismo personal en el lance; el reto cambiante que se plantea con cada pieza de caza; la actitud ante la adversidad imprevisible; la búsqueda de la reacción instintiva mas acertada; el comportamiento animal, siempre cambiante; la previsión y el conocimiento cierto de los mecanismos de defensa del ser salvaje perseguido. Todo ello es un conjunto de resortes que proporcionan placer cazando si se conocen y se emplean.

Cuando hablo de “valores”, léase literalmente eso. Lo que hay que poseer, que tiene valor, para conseguir sentir la satisfacción de lo bien hecho. Para valorarlo, hay que conocerlo y eso no viene en los libros, ni en los vídeos. Por cierto, que nadie se considere autodidacta, no estoy inventando nada nuevo. Todo aquel cazador que lo posee es porque ha sido heredado, por visto y vivido, con otros y a otros, que le precedieron.

Cuando hablo de “enseñar”, no me refiero al concepto de docencia, formación o adiestramiento, sino al de mostrar-transmitir al cazador, cómo es, o debe ser, por dentro y sus percepciones cuando caza, para que disfrute plenamente. Sin embargo, dicho todo esto, no pretendo atribuir a los veteranos la obligación o el derecho exclusivo de enseñar al cazador moderno, porque, precisamente, se lo que significa tal tarea. Nadie se dispone a mostrar-transmitir algo que los demás no aprecian, eso es cierto, y, si este es el caso, como parece actualmente, yo no voy a ser una excepción proclamándolo como la solución de todos los males, aunque creo, firmemente, en esta aportación y disponibilidad de los maduros, si a alguien se le ocurriera implantarlo en el perfil interior recomendable al cazador de hoy en día. Entre otras cosas porque, los que si lo aprecian y valoran, reconocen esos sentires en un cazador, de inmediato. Es ese mecanismo profundo que impide olvidar aquella perdiz en concreto, entre otras muchas.

La formación del cazador actual ya tiene su propio cauce organizado y estructurado, como casi todo, en la venatoria moderna. Por lo visto, también es fácil, porque es cuestión de aprobar un examen y ya tenemos un cazador en toda regla.

Yo creo que este es el nuestro, el de los maduros, un papel constructivo y útil. Es una aportación humanista, -más que de saber de técnica cinegética-, dirigida, en exclusiva, al cazador actual. Posiblemente, apropiarse de esos valores además de enriquecer nuestra cultura y educación de cazadores, conociéndolos, permitiría a los nuevos ser mejores como tales, valorar mas la caza y menos las facilidades de las que disponemos en plena modernidad. El que quiera, por supuesto.

Y, del respeto a la pieza, al otro cazador y a la caza en general, ni hablamos. Y de la recuperación del orgullo de ser cazador y cazar, tampoco; y de ……, en fin, que los viejos cazadores tienen mucho que decir. Creo que tenemos derecho a reivindicar un lugar en la caza moderna, aportar nuestros pareceres para recuperar su autenticidad, constituirnos en reserva de pasiones venatorias ciertas, reales y persistentes, vividas en su momento, que hay que recuperar para darle un sentido de disfrute a la caza auténtica actual y reconducirla hacia aquellas pasiones tan satisfactorias que proporciona la verdadera caza y su dificultad. No podemos aceptar el papel de proscritos y culpables, ni siquiera ocultarnos en la sombra ante la realidad de la caza moderna, que ni entendemos ni deseamos para nosotros ni para los que vienen detrás. Tenemos nuestro papel, antes y ahora, en la historia de la caza, aunque, haya muchos que se empeñen en tacharnos de trastos viejos, al margen a lo deportivo y de la actual ética mediática, conservacionista de eruditos, de tratado y de salón. Lo único cierto de todo esto es que, lo nuestro, es el cortijillo, junto a la lumbre de encina y carrasca. Los años dejan su huella.

Cordialmente,16-8-07

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