jueves, 8 de mayo de 2008

La caza necesaria

El viaje mas largo es el que se hace hacia el interior de uno mismo”

Ya han pasado varias décadas desde que me dedico a esto de cazar; desde que era un niño, concretamente. Ha llovido lo suficiente y, cuando a estas alturas, reflexiono sobre la caza, hay veces, que no termino de explicarme porqué sigo cazando, tras tantos años en ello, además intensamente. Hay días que me cuesta ponerme las botas y echar a andar, porque, naturalmente, los años no pasan en balde, pero cuando llego al campo, armo la escopeta o me cuelgo el rifle y me meto en la faena, ya no necesito respuesta a la precitada pregunta. Se responde por si sola: Ya estoy donde debo estar, haciendo lo que me atrae y, además, me corresponde por derecho natural. La llamada de la caza es algo de lo que no puedo abstraerme, aunque existan múltiples argumentos y realidades actuales que justificarían, de sobra, dejar de hacerlo.

Confieso que, tal y como esta la caza y hacia donde camina, cada vez me echa mas hacia atrás el hecho de seguir cazando. Me desanimo, me cuesta meterme en este circo actual que es la caza, lleno de saltimbanquis, solo con mirar un poco mas allá de lo que percibo -inmediato y aparente que no es, de por si ni de cerca, agradable- y contemplo un resultado previsible, lejos, lejísimos, de lo que siempre he buscado y siempre he encontrado en la caza. Las cosas, cada día van perdiendo ese brillo, sencillez, nitidez, claridad y todo lo que, todavía, significa, la caza, en mi entorno. Espero que, lo esencial se mantenga, por mucho tiempo y, para ello, algunos estamos empeñados en que así sea, escribiendo sobre caza. Pero es que si no termina siendo así, ¿qué puedo perder ya cuando deje de cazar, si lo que quedaría en ese circo, además de no tener gracia, son payasos en manada?.
Tras este pequeño tropiezo emocional, me recupero enseguida y, como de lo que estoy escribiendo es del motivo de cazar, a decir verdad, tengo claro porqué cazo y qué pinto yo en este invento de una forma meridiana. Por eso, voy a tratar de hacer comprender porque necesito cazar, sin que esto signifique justificación alguna, ante nada ni ante nadie.
Solemos decir, los cazadores, que la caza es un vicio al cual no podemos renunciar. Ese “gusanillo”, que atesoramos internamente, que nos hace acudir con toda la ilusión al campo, pertrechados de nuestros achiperres, acompañados de amigos, compañeros, familiares o conocidos, además de nuestros colaboradores: perros, reclamos, hurones, aves cetreras.... Toda una parafernalia, mayor o menor en función de la modalidad de caza que practiquemos. A veces, parece hasta increíble, para el profano, ver la cantidad de pertrechos que utilizamos y los tinglados que montamos, en desarrollo y práctica de la cacería.
Lo que si es claro, como en cualquier otra actividad emotiva o pasional, es nuestra atenta dedicación, sin darle importancia, a estar perfectamente preparados para cazar y cazar bien o lo mejor posible (obsérvese que no he dicho "mas posible"). Si hacen falta mas cosas, nos las agenciamos como sea, para disponer de ellas. En ocasiones, a escondidas de nuestra pareja y familia, que nos lee la cartilla más de una vez, reclamando rigor en el gasto e igual dedicación a otros temas, digamos, más domésticos y menos pasionales. Somos así, los cazadores. Le echamos lo que hay que echarle al asunto para poder cazar.
"Es que la caza es pasión, no un mero divertimento ocasional intrascendente"

Cuando algunos cazadores dicen que también cazan, cuando se ocupan de hacer gestión cinegética, en su coto, lo que nos transmiten es su pasión por vivir, en, dentro y para la caza. Es algo que nos atrae más que otras cosas. El solo hecho de estar en el campo, buscar esa paz, esa identificación con la naturaleza pensando en términos venatorios, percibir las sensaciones de lo salvaje, contemplar las especies, cinegéticas o no, observar sus movimientos, sus querencias, sus celos, nos proporciona una satisfacción personal en la que hay que hurgar para entender al cazador. Pero, aun sin portar armas, cazamos, en esos momentos, porque ellos forman parte imprescindible del proceso venatorio, de nuestra posterior acción cinegética, que esperamos y deseamos con impaciencia. Es solo un início, entre paréntesis, necesario y constructivo hasta el momento de consumar el lance que, con nuestra aportación, estamos haciendo posible, para mañana poder cazar. Nos abstraemos del tiempo, nos incorporamos activamente a los ciclos vitales de las especies, salimos a cazar sin muerte para, después, el día de poder cazar, matar para haber cazado, como dice Ortega en su famoso prólogo.

Hurguemos pues en ese estado pasional: Queremos ser parte de la naturaleza. Afirmación, algo impopular por mal entendida, pero cierta. No solo parte, sino, además, parte fundamental y activa. No es estar en ella, es estar manifestándose uno mismo en posición dominante. Que nuestra presencia, la del ser humano predador, no pase desapercibida para ese entorno natural. Asumir un papel superior que llevamos dentro, oculto, tras el paso de las generaciones, pero, inmutable. No podemos renunciar a él, está en nuestro ser, consustancial con lo humano.
Un ejemplo: Cuando el lobo aparece en un paraje, es frecuente que los demás animales, -si son conscientes de ello-, alteren su comportamiento, huyendo, ocultándose, poniendo en máxima alerta sus sentidos y rápidamente echarse en manos del instinto de supervivencia. Hasta el silencio del monte emite un ruido especial, previo al acto de cazar y ser cazado, con su sola presencia. Nosotros, predadores como él, también producimos ese fenómeno irrenunciable e inexorable. Lo sabemos y nos agrada, nos satisface, observar este instinto de huida en particular de las especies cinegéticas, ante nuestra mera entrada en su espacio vital, en su entorno.Estamos y permanecemos un peldaño mas arriba en la organización natural inmutable y lo sabemos, nosotros y ellas.
Presenciar la potencia puesta en marcha por ese venado capital que huye despavorido, ante el acoso de la jauría, rompiendo monte y despreciando las dificultades del terreno, sudando por todos sus poros, levantando piedras tras él y haciendo saltar por los aires las puntas de las chaparras. Ese sarrio que parece precipitarse en el abismo, huyendo en un equilibrio casi imposible por la vereda escurridiza del cortado, en un ejercicio de audacia que admiramos, ante la tenue percepción de nuestros sonidos o efluvios humanos, presagio de una amenaza concluyente. Esa perdiz altiva, ágil, rápida en su acelerón, que parece provocarle pavor en su huida. Todos ellos, en su contemplación plástica y dinámica, refuerzan nuestro instinto predador y parece reconfortarnos poseer en nuestra mano el control del derroche de energía que desarrollan en un entorno que es suyo, en verdadera y natural propiedad, pero que, también, es nuestro. Es algo así como cuando a un perro le tiramos la pelota y su simple movimiento le provoca el interés incontrolable en atraparla. Es el primer síntoma de nuestro instinto de captura. Merece la pena recurrir, aquí, al sentido jurídico de posesión de la caza por ocupación, que viene al pelo en este punto, si nos centramos en que esa aprehensión de la pieza proporciona, además del derecho de propiedad sobre ella, un placer intrínseco a nuestra naturaleza humana al poseerla. Es inevitable.

Por el contrario, la simple contemplación pasiva del devenir de la naturaleza, reconfortante también, por supuesto, no cumple nuestra expectativa instintiva de predar, porque se queda en hipótesis futurible, pero incierta, cuando no imposible. Es mas, no conseguimos formar parte de ella, estamos, pero no del todo; queremos entrar, pero a nadie, ninguno de sus componentes, le importa, mientras no se manifieste activo nuestro instinto predador. Es aquello que muchas veces comentamos observando comportamientos en animales de caza que, cuando no actuamos en el ejercicio de cazar, paseando por el bosque, parece como si lo supieran, lo intuyeran y comentamos: "estos, (cochinos, venaos, perdices, etc.) hoy, saben que no va con ellos". Se muestran indiferentes. Perciben que no hay ataque inminente.

Todas esas actividades que se programan dentro del entorno natural, ajenas al ejercicio venatorio, suponen hacer creer a la gente que están, pero no es así. En el peor de los casos, además, por un estar malentendido, se producen agresiones, de difícil curación hacia ese medio, porque no responden a ninguna necesidad, digamos “natural” como es la predación; mas bien se programan para pasar el tiempo banalmente o con deportes precocinados para meterlos dentro del medio rural. Se usa la arquitectura estática de la naturaleza para que nos proporcione sensaciones, distracciones, ocupar el tiempo libre, pero sin formar parte de su acción, imperceptible a simple vista, pero que esta ahí en constante movimiento. Ese es el lugar donde entra el predador, el cazador, el pescador, el setero con su presencia dinámica que incide en ese movimiento imparable. Todos ellos se implican en el círculo de lo natural, desempeñando un papel activo, mandatado interiormente. Su presencia incide, se nota, afecta y por lo tanto ayuda, autoajustada, al equilibrio. Tal es el grado de incidencia demostrativa del papel de la mano del hombre en la naturaleza, cuando es el asignado de antemano, no otro, ese, el de predador en su justa medida. No el de destructor o alterador gratuito y por estar, simplemente, sin papel alguno que desempeñar, contemplativo. Participar sin ocupar un papel es ser espectador, activo o pasivo, pero solo eso. El espectador solo ocupa espacio, está fuera, no participa, es ajeno, acude cuando le toca, sin que su acción sea necesaria. Todo lo más, aplaude o abuchea, sube, baja, pedalea, rema, trepa "deportivamente"...¿y qué?. Utilizar -digo bien- usar la naturaleza para otras cosas a las que no estamos llamados, es inútil, intrascendente, artificial y, en ocasiones, perjudicial, por antinatural y agresivamente irreversible. Son los inútiles "parques de atracciones" en los que, por culpa de las actividades de ocio, deportivas y de negocio, montadas al aire libre en espacios naturales, se convierte el medio rural, invadiéndole.
No voy a entrar, ahora, para no desviarme del fondo del asunto, en otras actividades que emprende el hombre en la naturaleza, ni en el grado adecuado de cada una de ellas, porque sería objeto de otra reflexión. Caso de la agricultura, por ejemplo, que mantiene puntos comunes con lo nuestro.

El día aquel, en el que participamos en nuestra primera experiencia cinegética, fuera como protagonista, fuera como curioso incipiente, interesado en la caza, sentimos por vez primera esa llamada a ocupar nuestro lugar dentro del paisaje inhóspito, ajeno a lo urbano, duro, inmutable y que no podemos dominar en su conjunto, solo participar en el, llamando a su puerta, humildemente, para cazar. Participación que tenemos asignada y que la naturaleza asimila normalmente sin rechazo. No somos presas, somos los individuos que aprehenden, atrapan, los que ocupan y los que poseen a otros, las piezas. Es la caza.

Sigo adelante: Lo que nos pasa al permanecer fuera del papel asignado, por nuestros condicionamientos estructurales en la sociedad actual, en la vida diaria, es que ya no formamos parte imprescindible de este todo natural, dinámico, rural que algún día abandonamos.
En la sociedad urbana no nos encontramos completamente identificados, satisfechos, con la distribución de papeles que nos hemos otorgado, -fuera de la naturaleza-, donde, en ocasiones predamos, las menos, o somos pieza cazable, casi siempre. El juego de supervivencia de nuestra sociedad nos obliga a ser una cosa u otra, según los casos, para seguir perteneciendo a ella. Pero, con unas reglas mutables, condicionadas, convenientes, en cada momento, no siempre respetadas, no siempre ciertas, no siempre reconocidas, no siempre previstas. Es nuestra obra y, por lo tanto, imperfecta. La menos mala, de acuerdo, pero con multitud de incertidumbres en saber, reconocer, cual de los dos papeles desempeñamos, en cada momento y nos toca. Es la presión, o el acecho -dicho en términos cinegéticos-, que sufrimos en el día a día, en nuestra labor profesional, por nuestro entorno familiar, las necesidades básicas que hay que cubrir, la complejidad de la sociedad, la competitividad que no siempre entendemos bien; el marketing, el consumismo, la falta de tiempo, la incomunicación forzosa que deviene en voluntaria, nuestras carencias culturales individuales, la información distorsionada o ausente, la burocracia, el control del poderoso “cazador” que es el Estado y un largo etc. de acechos sobre nosotros que son imprescindibles para articular nuestro sistema vital urbano, siempre amenazante y despiadado. Son construcciones del hombre, útiles para organizarse colectivamente y sobrevivir, también, colectivamente, aun a costa de convertir al hombre individual en pieza, cuando le toca serlo, lo cual produce un estado de ansiedad e incomprensión galopante, cada vez mas lejos de nuestra esencia.
Queremos huir de nuestra frustración por haber creado un modelo de agrupamiento donde somos uno más, intrascendente, sin importancia, sin huella que dejar. Modelo del que no podemos escapar, fácilmente, porque en ello va nuestra vida como seres colectivos, agrupados socialmente. Huimos de todo ello, como lo que somos: piezas forzadas a ser cazadas y, además, dentro de un cercado. ¡Cómo cambian los papeles!

Es por ello, en consecuencia, por lo que queremos, necesitamos, seguir cazando, porque queremos recuperar nuestro verdadero sitio; en el que nos movemos sobre bases, reglas ciertas y que manejamos bien. Papel en el que no se discute nuestra identidad, ni la correspondencia del lugar que nos pertenece; en el que somos admitidos sin reparos, por el solo hecho de ser hombres y en el que dominamos sobre el resto de seres-pieza. Por lo tanto, acudimos, a veces con urgencia, a esa llamada de la caza; por lo tanto, también, necesitamos cazar para poseer, desempeñar, de nuevo, nuestro papel predador, individual y casi exclusivo, aunque no por ello excluyente respecto a nuestros semejantes, también cazadores, aunque solo sea por un rato.
Existen otras actividades lúdicas y deportivas, en las que pretendemos liberarnos de esa confusión urbana de papeles, pieza-cazador, como el futbol, por ejemplo; u otras actividades de ocio, pero, aun así, es un espejismo temporal, un analgésico pasajero incompleto que se limita de liberarnos de tensiones, buscando otra presión emocional paralela. Quienes no han descubierto la caza, ignoran y, por ello, critican nuestra pasión. Reconocerse predador en nuestra sociedad no se tiene por muy digno de engrosar ningún currículo de méritos para participar dentro de ella, cuando, en realidad, el resto de los mortales urbanos, no cazadores, son pieza por definición del sistema y exigencias del guión. Por eso, para entender la caza hay que hacerlo desde dentro, no desde fuera de su contexto; se precisa estar inmersos en lo natural, para admitirla y comprender esa necesidad con estos fundamentos. Pero da igual resistirse, queramos ser o no cazadores, cuando estamos en la naturaleza, lo somos y siempre lo seremos, hipocresías aparte, con un gen más o uno menos, despierto o dormido, activo o atenuado, aunque les pese a los que no lo quieren descubrir, porque, sencillamente huyen de ello para no reconocerse en ese espejo y admitir con ello su impotencia en lograr volver a ser predador temporalmente. Lo demás si es pura distracción intrascendente.
“La caza es un antibiótico humanista frente a la deshumanización de nuestra sociedad moderna”.

Cuantas veces decimos que, después de cazar, nos sentimos mas alegres, mas satisfechos, mas …..Pues de eso se trata, más nosotros, individuos en esencia.
No es una necesidad vital, para seguir viviendo, como comer, dormir o respirar, por supuesto. Esto es incuestionable -y ahora lo es menos que nunca-. Sin embargo, si lo es para identificar todos nuestros instintos y valores de una forma real, descubriéndolos, desarrollándolos, poseyéndolos. Nos reconocemos en ellos. Como se suele decir, entre cazadores: ¡yo prefiero cazar perdices por pasión a tener que cazar personas por obligación!, en el mas ajustado sentido de la metáfora. Sincera afirmación, dando a entender que además de ser una practica natural y, por tanto, humana, es enriquecedora de nuestra condición y no agresiva con nuestros semejantes, que ya es bastante. Al menos, nunca debería serlo. De caer en ese error, el de cazar al de al lado, se acabó la cacería para pasar a ser agresión o aun peor. De ahí el sustancial rechazo del cazador pasional a todo tipo de violencia ajena a la que desarrolla, ajustada finamente a su necesidad, sobre las especies cazables.

Pero, precisamente por perseguir este descubrimiento, la caza que necesitamos es la que mejor identifique nuestro papel y el de la pieza. No es aquella en la que el componente de incertidumbre no exista; no aquella que impida apreciar, en plenitud, la huida atrayente del sarrio, del venao o de la perdiz, salvajes, con sus capacidades intactas, en plena explosión vital, por ser piezas que desempeñan fielmente su papel; no aquella en la que, no somos parte, sino creadores o usuarios artificiales del juego de matar animales enlatados o encerrados.
Esa caza prevista, puesta, indefensa o aturdida, social, deportiva, criada por intereses mercantiles, únicamente, no nos identifica, no nos descubre nada. Nos divertirá o no, pasaremos el rato, pero renunciamos a un papel relevante en lo natural, porque es artificial, no hay cacería hay solo muerte prevista. Esa no la necesitamos. De esa podemos prescindir. Esa no pasa de ser una mera diversión metiendo ruido, cual si perteneciéramos a la banda municipal del pueblo que hace el pasacalles los domingos. En esa somos espectadores de un proceso, como en el fútbol, aunque seamos nosotros los que metamos el gol desde la grada, o tocando la trompeta, a base de pegar gritos y animar al delantero. En esa, podemos, de hecho también, llegar a ser pieza, no predador, solamente, como en el resto de prácticas sociales urbanas vigentes, al ser unos meros clientes, disparando a un producto puesto ahí. Esta "falsa caza" podemos practicarla, igual que podemos ignorarla o sustituirla por otra actividad de ocio, de hoy para mañana, sin lesión de identidad, ni de instinto ni privación de ningún papel, ni nada que descubrir. No perderemos nada por ello, porque no nos aporta nada fundamental irrenunciable o esencial. La caza si nos lo aporta. Los cazadores auténticos lo saben y lo anotan, oportuna y sagazmente, prefiriendo lo salvaje y huyendo del bote y la granja.
La necesidad de cazar, de verdad, esa llamada interna que no podemos contener, ese aviso de que la necesitamos, aparece como un recurso para aferrarnos a aquello a lo que pertenecemos, en lo que ocupamos un puesto, destacado, aunque olvidado y en trance de ser borrado a base de incomprensión, cinismo y muchas mentiras, Lo que nunca cambia ni cambiará, la naturaleza y sus reglas, frente a lo que cambia siempre, lo que no es natural, lo que nosotros hemos creado.

Si no existiera la caza, habría que inventarla para satisfacer nuestra necesidad de seguir siendo predador real, natural, no solo pieza artificial que sucumbe ante el igual, en plena competitividad impuesta.
“La naturaleza sigue necesitando al cazador y, sin duda, nosotros a ella”

Estoy convencido de que esta reflexión, no se si bien transmitida porque me sale de dentro, la reconocen, la comparten muchos cazadores y la sienten. Lo se, por experiencia y recibir mensajes sobre el particular, desde que soy cazador, de parte de mis cofrades. Únicamente pretendo, al exponerla, aportar un sentido vital y de necesidad a lo que hacemos, hoy, -que todavía podemos cazar y hacerlo bien-, cuando cazamos, con destino a aquellos que no lo entienden o esos otros que persigen cubrir otro tipo de necesidades distintas y/o superficiales, a través y utilizando el entorno de la caza; acciones seguramente respetables, todas ellas, muy humanas, pero evidentemente, diferentes o que no han sabido concretarlas, pero ajenas a la necesidad de cazar. Que lo sepamos o lo reconozcamos, o no, es otro tema, pero sale de nuestro interior y esa necesidad esencial predadora, ocupacional, se encauza naturalmente y se satisface, únicamente, cazando.
Saludos,31-10-07

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