jueves, 8 de mayo de 2008

"POL"


En otras ocasiones hemos comentado la bondad de los perros de caza de antes, en cuanto a qué poseían un instinto nato, feroz, irreversible y arraigado hacia la caza. Bien es cierto que cazar, cazaban mucho y desde cachorros pero, además, cazaban, caza, cosa que, hoy en día no siempre sucede cuando los cazadores sacan a sus perros al campo, plagado de animales puestos ahí para ser matados. Pero eso ya es otro tema.
Porque, hablar de caza, sin hacerlo de nuestros perros, es una obra incompleta y porque la caza es algo tan maravilloso que no solo tiene sombras, sino también luces, me decido a incorporar a este medio este relato dedicado a mi teckel, Pol, ya fallecido, hace algunos años. Me animo a contaros una de las muchas anécdotas de este singular perro de caza que he tenido, de cuyo recuerdo jamás podré apartarme porque fue de esos animales que te dejan huella y con el que llegué, como les pasa a otros muchos cazadores, a un nivel de comunicación tan fácil y de complicidad en toda nuestra relación vital que, en la caza y fuera de ella, se mostró siempre como un “magnífico socio” al que no había que decirle nada, apenas, para que supiera de qué iba esto de cazar, porque le salía de dentro.


"Pol tenía solo un año. Hasta entonces no lo había sacado en serio a cazar y sus correrías me habían dado ya más de un disgusto. Porque en cuanto podía escapar de mi control y poseído por esa afición enorme a los rastros de la caza, se me escurría y se largaba al campo, cada dos por tres a buscar rastros (Es conocida la característica de individualismo precoz de los teckel. Pero este, además, tenía ya su propio punto de vista sobre como aprender a cazar y, de momento, pasaba de mí, en cuanto podía).

En aquellos años yo formaba parte de una cuadrilla de cazadores dedicada al conejo, que, por la zona de las Vegas del Tajo, daba bastante juego.

En la partida de caza, llevábamos sobretodo podencos, siete u ocho, la mayoría hembras, para mas señas, entre cuatro y, a veces, cinco escopetas. Raza muy apropiada para levantar conejos entre los albardines, romeros, tomillos y tarays que abundan por las laderas y barrancas que acompañan a ambos márgenes del gran río. Laderas muy pronunciadas y cárcavas hasta verticales, que forman desniveles muy pronunciados de varias decenas de metros hasta el cauce. Además, siendo terrenos yesíferos, los arroyos, principalmente originados por las escorrentías y manantiales afluentes de aguas subterráneas, producen profundas horcajas hacia el río, también de gran desnivel. Vamos, que te pasas la jornada, a veces, haciendo equilibrios para no despeñarte por estos cortados.

En lo más profundo de estos barrancos, por donde circula el agua en invierno y primavera, y secos en verano y hasta el otoño, que aflora en la cabecera del valle, hacia el río, se forman a modo de canales, también profundos donde nace el carrizo muy apretado y de varios metros de altura. Un auténtico bosque encajonado donde, con frecuencia se encaman también los guarros que frecuentan los maizales y huertas de la vega.


Concretamente hay un canal que, por su profundidad parece un tubo, de casi un Kilómetro de largo, y al que no se le ve el fondo, porque el carrizo lo impide. Pues bien, allí se refugian los conejos, porque, cuando ya les dábamos caña en las laderas de esparto, terminaban metiéndose en el "Tubo" y de allí no había manera de echarlos fuera. De hecho, la cuadrilla evitaba arrimarse a este canal, porque los perros ni entraban de lo chungo que estaba el hacerlo, por profundo, para poder salir, después y no queríamos meter allí a los perros a pesar de que los orejudos abundaban.

Andábamos aquella mañana de Noviembre a los conejos, como tantos días, por esas laderas próximas al "Tubo" y yo me había llevado a Pol, para ver como reaccionaba, pensando que se iba a arrugar, ante los podencos, dada su juventud e inexperiencia. Ya se sabe que el podenco también es un perro de mucha sangre que no pierde el tiempo, cuando tiene casta cazadora, en hacer caso a los demás perros y, enseguida se mete en faena, nada mas llegar al campo.

Al principio se vino conmigo, cerca de las botas, sin despegarse de mi y observando como las podencas, saltaban entre los tomillos y espartos tras los conejos. Aquello iba bien, el perro se paraba y no perdía detalle, siguiendo con la mirada sus evoluciones, los tiros, los ladridos: “jai, jai”, los cobros, etc. Parecía que iba tomando nota de cada movimiento. Hubo un momento en el que se lanzó tras las perras y trataba de seguirlas en sus veloces evoluciones, carreras y saltos, pero él no tenía patas para eso, le desconcertaban, hasta que se dio cuenta de que no se comía una rosca y no conseguía morder ni un conejo. No le dejaban. Pobre inexperto.
De repente, distraído con los conejos y la algarabía perruna, sin darme cuenta, no le vi. “Donde coño se habrá metido este aventurero”, pensé. Nada, que ni señales. Rompí la mano y me fui a buscarle hacia atrás, pensando que se había entretenido por allí, en alguna mata en algún rastro caliente. Al momento oigo, lejos, como atenuado el sonido, su ladrido: “guau”, al rato: “guau”, como solía hacer cuando cantaba un rastro, pero sin verle entre los espartos.
“Cogüenlaleche, este jodío, donde se habrá metido, ya estamos con el cante jondo”. Me aproximaba, siguiéndole la llamada, hacia el “Tubo”, cuando, al llegar al borde del canal, le siento dentro de el. ¡La que me ha liado este chucho!. Se había tirado a las primeras de cambio, sin duda tras algún rastro. Llamé a la cuadrilla y todos se aproximaron a ver que pasaba, sin arrimarse al canal. De repente, sube por la broza de la pared, un conejo y salta fuera del “Tubo”: ¡Pam!. Al tiro, una de las podencas, jovencilla también, se tira a por el, se escurre en la broza del borde, y allá que te va… ¡abajo con ella!: al canal. Desapareció entre el carrizo No os podéis imaginar el cabreo de la cuadrilla. Menuda papeleta para sacar de allí al inconsciente cachorro y a la podenca. No había manera. Se respiraba tensión contenida y, a la vez, preocupación. Aquello hervía de conejos, carreras por su interior, y nosotros venga a llamar a los dos canes. Ni por esas. Por dentro se sentían el movimiento y el carrizo que sobresalía a la altura de nuestros pies, se movía de acá para allá, constantemente. Todos estábamos ya pendientes del latir de Pol para tratar de ubicarle a lo largo de aquel lío y tratar de sacarle del berenjenal, no sabiendo muy bien como hacerlo, porque nos daba cosa bajar al fondo de aquel fregao, que, repito, desde fuera nos se ve la profundidad. Al pronto, otro conejo que sale trepando hacia fuera: “Pim, pam,” y, con esas, ya, sin pensarlo mas, toda la “rehala”, adentro, al canal, sin remisión ni mas preámbulo. Ya estaba montado el lío. Ya sudábamos tinta, nos mirábamos con cara de no saber que hacer, así que decidimos que aquello no tenía mas color que esperar y ver que pasaba. Por lo tanto pues, a cazar, porque intentar descender al fondo, ni locos, tenía su peligro hacerlo. Nos situamos a lo largo del “Tubo” y aquello era la guerra, tiros van y tiros vienen. El Tubo no había mas que escupir conejos cada dos por tres. Estuvimos allí media mañana revolcando conejos a diestro y siniestro, pero siempre con la preocupación de cómo sería el final de la película, bastante incierto, la verdad, en aquel momento. Las perras consiguieron salir, poco a poco, y, a base de casi colgarnos al borde, cuando lo intentaban, pegando saltos, cogiéndolas del collar, de las patas y tirando de ellas, una a una y con muchos esfuerzos. Pero Pol seguía con su “Guau-guau” hacia arriba y hacia abajo, de aquel infierno de broza, pero sin salir de allí y, lo peor, sin verle ni un pelo asomar. Y, a todo esto, sujetas ya las podencas, venga a salir conejos. Bueno, de hecho, creo que allí dentro no quedó ni uno. Estuvo así el solito, más de otra hora, después, dando caña. Claro, se volvía loco con tanto conejo y tanto rastro junto. Fuerte que estaba y con ese carácter de joven, no se arrugaba y seguía con su persecución interminable de cualquier orejudo que osara moverse en aquella maraña. Por fin pudimos sacarlo, llegando ya, barranco arriba, hasta el manantial que forma, en la cabecera, una charca grande como una media cueva y descendiendo hasta el con mucho esfuerzo y, la verdad, un nudo en la garganta. No había otra forma de hacerlo.
No os podéis imaginar como salió el perro de allí, a pesar de su pelo duro; pelados, morro, patas y orejas; lleno de barro hasta las cejas, empapado, enrabietado, tirando, queriendo volver adentro. En fin, hecho un verdadero pellejo. Al cogerlo me tiraba tarascadas para que lo soltara de nuevo, tal era su estado de excitación. Yo me lo comía de emoción, pero eso si, sin soltarle ni loco, porque aquel perro quería mas guerra. Vaya comienzo al conejo. Fue su festival inicial. Casta por todas partes, nariz, y valentía total. No recuerdo la cifra exacta de conejos que cobramos. Seguro, pasaron de cuatro o cinco decenas. No tenía ninguna importancia para mí. Pol había sido el importante aquella mañana de Noviembre, por fortuna, con final feliz.

No quiero extenderme más, para no cansar. Fue estupendo. Esa tenacidad y afición la mantuvo siempre cuando cazaba, como norma de actuación que manifestó con corzos, cochinos, cobrando perdices alicortadas, dándole vuelta a las liebres, cazando la codoniz al rastro, en fin. Un gran perro que nunca podré olvidar.
Cordialmente,7-11-07

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