jueves, 17 de julio de 2008

Caza para los jóvenes: Caza para el futuro

No es la primera vez que escribo sobre los jóvenes cazadores. Desde Enero de 2004 vengo publicando distintas reflexiones sobre el asunto y realizando un análisis de los problemas que hacen que la caza, por carencia de vocaciones, tenga un futuro muy negro para el cazador medio porque los jóvenes no se acercan a ella, ni existen mecanismos de aproximación . Considero que a pesar de haber transcurrido ese tiempo, desde entonces hasta el día de hoy, desgraciadamente, sigue estando vigente este problema y poco o nada ha cambiado, en este sentido, para favorecer y facilitar la caza para los jovenes, por ello vuelvo a actualizar mis pareceres en este artículo, con breves retoques de adaptación a nuestros días.

Estaremos, seguramente, todos de acuerdo en que, en los tiempos que corren, la caza es una actividad prácticamente inalcanzable para los jovenes, no solo por su alto coste económico, sino también por la multitud de obstáculos burocráticos que supone su práctica, pero no es ese, totalmente, el motivo de mi reflexión, sino el modo en que accede el joven a la caza, los enfoques para acercarle a este mundo y nuestro papel de cazador adulto. Mi intención es compartir mi preocupación por un asunto “nuestro”, cada vez más complicado y atribuirle la relevancia que tiene o debe tener para los cazadores.

Antaño, el joven aprendiz de cazador, lo era como acompañante impaciente de su padre, amigo o familiar directo, desde muy pequeño. Para él, eso de la caza era todo un mundo por descubrir, que despertaba no solo su curiosidad sino su interés, por su componente de aventura, ciertamente real, en aquellas épocas, donde nada estaba previsto, ni medido, ni puesto en valor económico; mucho menos controlado. Todo, en la caza, era por proximidad afectiva o geográfica, ocasional o fruto de la suerte, se conseguía con mucho esfuerzo, afición y acierto, bastando acompañar a los cazadores para ir enterándose de qué iba aquello de cazar. El joven no tenía referencias, desde fuera de su entorno familiar, sobre la caza, ni a favor ni en contra; la gente veía la caza y así se entendía, como algo natural, normal, accesible, agradable y digno, como actividad humana. Sin embargo, ahora, la cosa es muy distinta.

Los medios de comunicación, la legislación y la educación que se les imparte a los niños, claramente proteccionista hacia la naturaleza -con la que estoy de acuerdo- tienen, además un matiz anticaza -que, obviamente, no comparto- seguramente debido al desconocimiento que tiene la sociedad, en general, hacia nuestra afición y, por ello, lo que se desconoce, se echa por tierra, se critica, se rechaza y algunos, los integristas anticaza, lo satanizan. Estas referencias exteriores negativas, esa presión anticazador constante, ponen muy cuesta arriba el hecho de generar afición por la caza y, en la mayoría de los casos, por falta de referencias interiores, en casa, o por ser estas insuficientes o superficiales, carentes de valores a apreciar por el joven, se produce un cierto conflicto entre dos perfiles, el padre-cazador y el hijo-ecologista, que nos lleva a procurar acercarle a la caza y, si a las primeras de cambio, el niño lo rechaza, hacemos como que no tiene importancia y seguimos practicándola nosotros, casi como a escondidas, para no generar conflictos familiares o desarraigo del menor hacia su padre porque le obliga a hacer algo que no entiende y nadie le sabe explicar. Eso si, con cierta resignación, pena y decepción porque nos hubiera gustado dejar nuestro bagaje cazador a nuestros descendientes. Conozco quién ha llegado a dejar de cazar por el hecho de no ser capaz de conseguir ir acompañado de su hijo, presa de una tristeza enfermiza viendo cercenadas sus ilusiones de perpetuar su casta predadora y la tradición venatoria familiar. Parece, en ocasiones, que el hecho de no poder hacer que a nuestro hijo le guste la caza, nos conduce a un estado de frustración que, al mismo tiempo, impide seguir defendiéndola –cómplices impotentes, en silencio, de la ola antivenatoria- y nos hace tomarnos el hecho cinegético como una cosa proscrita, a escondidas, propia de primitivos, gente anticuada, en extinción y hasta nosotros mismos nos lo vamos creyendo, según va pasando el tiempo, recluidos en los círculos de cazadores maduros, tirando a peinar canas progresivamente.

También ello, ocurre solo ocasionalmente (menos mal), supone una dejación respecto a nuestro propio estilo de cazador, obviando comportamientos éticos que, si nuestro hijo estuviera a nuestro lado, mantendríamos a ultranza, por el interés de educarle correctamente como cazador. He visto esta transformación en el comportamiento de algunos cazadores que se “han echado al monte”, olvidando su buen estilo, el respeto a los compañeros cazadores, a las piezas de caza y sus buenas prácticas de antes. Gente cazadora de toda la vida, que bajo ningún concepto hubiera tirado perdices de granja en un coto-corral, si su hijo hubiera estado con él; gente que no hubiera rebasado el límite del alcohol tras la jornada de caza, si su hijo le hubiera estado acompañando en ese momento; gente que nunca habría sido agresiva ni irrespetuosa con los demás cazadores, si su hijo hubiera estado allí y, gente, en definitiva, cumplidora de las normas escritas y no escritas que rigen la actividad cinegética, que se transforman -frustrados- y cazan como si fuera lo último que van a hacer en su vida y, probablemente, en su mente, tienen la convicción inexorable de pertenecer a la última generación de cazadores posible, cerrando el libro de la historia de la caza con ellos.

La presencia del chaval aprendiz de cazador, en consecuencia, nos obliga a un cierto equilibrio y autocontrol, persiguiendo que se sienta a gusto y orgulloso de su padre, seguramente porque sentimos que estamos construyendo algo importante, cuando el hijo esta aprendiendo a cazar y nos tomamos muy en serio esta labor tutora, de enseñanza.


Recuerdo, perfectamente, en la cuadrilla de mi padre, siendo yo un niño con catorce años, como todos se esforzaban en enseñarme como hacer las cosas. Aquello parecía una escuela improvisada, en pleno campo, de muchos profesores al mismo tiempo; todos empeñados en sacar de aquel pedazo de tocho, perfecto ignorante cinegético, una figura en roble de escopeta y perro cincelada con pasión, impulsando sabiduría cinegética a borbotones acerca de, esto si y aquello no, el manejo de las armas, como entrar a las perdices, camuflar el puesto, saber estar en él, querencias, adelantamientos, números de perdigón, como “apañar” un cochino, etc. Era como si yo fuera su inversión colectiva, la de la cuadrilla, de futuro y una razón más, importante, para seguir cazando. Una educación cazadora manteniendo un perfecto equilibrio entre la exigencia y la moderación, no fuera a ser que el niño se cansara de tanto consejo de los veteranos. Eran estupendos, los recuerdo con cariño, algunos ya no están con nosotros, pero si en mis recuerdos de adolescencia como aprendiz. Aquellos hombres, cazadores antiguos, dejaron su huella en mi comportamiento ante la caza y despertaron en mi no solo el instinto, sino que me inculcaron su saber y el disfrute del sabor de cazar de forma equilibrada.

Dejo ahí esta descripción vital y anecdótica de mis comienzos venatorios porque ante la complejidad actual del mundo de la caza me pregunto: ¿tenemos ahora la suficiente paciencia e inteligencia, tenemos los apoyos de nuestro entorno cazador, cuando empezamos a meter el gusanillo a nuestros hijos hacia la caza? ¿tenemos los argumentos suficientes para defenderla de forma consistente e inculcarlos a nuestro hijo para que, a su vez, no se sienta un delincuente ante sus compañeros-amigos colegiales no cazadores- y que ese chaval se sienta orgulloso de poder, algún día, ser y llamarse cazador?. ¿Tenemos, también nosotros, los cazadores actuales, el suficiente nivel de conocimientos cinegéticos, comportamiento correcto no solo de caza, sino también de la conservación y el respeto hacia las especies sean o no cinegéticas? ¿Tenemos presentes a nuestros jovenes cazadores, en nuestras decisiones, antes y después de cazar, al ir, venir, contratar o flanificar una cacería?. ¿Podemos, en definitiva, contar con las herramientas necesarias para que nuestros hijos sean auténticos y buenos cazadores en el futuro? Este es un debate que hay que tener porque, en caso contrario, si a los problemas económicos, burocráticos y sociales, que cito al principio, le añadimos una carencia de disposición de todos estos recursos personales educativos y culturales entre los que practicamos la caza actualmente, entonces, la caza se convierte en un problema para los jovenes de imposible solución, en términos antagónicos, cuando no en un planteamiento enfrentado, sin posibilidad alguna de acercamiento.

Es evidente que, en ámbitos o grupos de capacidad económica suficiente, este es un problema menos grave, - no digo inexistente-, porque el padre sabe como acaramelar a un chico desde pequeño o adolescente, a base de impresionarle, regalándole escopetas, rifles, cananas, ropa de caza; llevarle a recechos fáciles, ojeos de conejos y liebres, esperas al jabalí en cercones, etc., métodos de acercamiento sencillo, sin dificultad alguna a la caza, muy de moda, últimamente, por cierto, y que no comparto, en absoluto porque todo en esta vida tiene su momento y los atajos no sirven.

Conozco casos de chicos que, con quince años ya han matado todo lo que hay que matar, de caza mayor y menor en España, con suma facilidad, sin esfuerzo y que, después, de adultos, han abandonado la caza, justo, cuando tienen una edad, en la que pueden practicarla en plenitud de facultades y podrían haber aprendido el auténtico sentido de cazar y llegar a ser unos estupendos cazadores defensores de esta pasión. Sus padres se lo han puesto tan fácil, a base de dinero y facilidades, que el niño se cree que esto de matar bichos ya no tiene interés, por no significar ningún reto para el. Ese cazador precoz no será nunca un buen defensor de la caza porque apenas le costó ningún esfuerzo obtenerla y practicarla.

Tampoco esta táctica educativa como cazador, parece la mejor, aunque es cierto que suele conseguir la finalidad del padre-cazador, que es sentirse orgulloso de que su hijo le acompañe y cumplir con su conciencia, que le obliga a transmitir lo que posee a su hijo, aunque luego, conseguidos todos los records, se rompa la continuidad sin explicación aparente. En este caso, el fin no debería justificar los medios, porque estos no consiguen el fin, completamente. No obstante si el padre carece de otros recursos personales y del suficiente conocimiento venatorio, para motivar a su hijo, que no sea el recurso económico, bien empleado esté el dispendio, porque la realidad es que hay padres-cazadores que tampoco es que puedan enseñar mucho a sus hijos porque cazar, cazando, llevan tres días y medio, justo desde que han acumulado el dinero necesario para hacerlo, porque cazar esta de moda. No obstante debo reconocer que mas vale un cazador desenfocado y hecho a base de regalarle bichos que se pasean por el visor de su flamante rifle de estreno, que ningún cazador, porque nadie le ha sabido poner en la senda de la caza. Con el tiempo, si la afición le ha prendido, ha entendido las bondades de cazar y la caza le apasiona, él solo enderezará su camino.

Sin embargo en capas sociales con menos capacidad económica, claramente las más numerosas, todo se pone en contra de los jóvenes cazadores.
¿Estamos dejando, entre unos y otros, la caza del futuro para los hijos de cazadores de alto potencial económico y alto nivel social, que son los menos, numéricamente hablando, y solo para ellos?. A alguien escuché decirle a su hijo que no se preocupara, que si cada vez hay menos cazadores, pues mejor, así él cazaría en más sitios y más barato. Grave error.
Me temo que si esto fuera así, en una sociedad democrática, donde son los votos de los más, no cazadores o ex-cazadores que ya no cazan, por falta de medios económicos, los que deciden si se caza o no y como; los que permiten que sigamos, o no, cazando, este va a ser el golpe definitivo a la caza. No va a ser ni para los que tengan todo el dinero del mundo. Simplemente, será una actividad que, si su único destino es el ocio, se acabará, como tal, por mucho dinero que tenga "Papá", manteniéndose, porque es imprescindible, pero convirtiéndose en otra cosa, digamos mas reguladora de excesos de poblaciones de animales silvestres.
Alguien sacará una ley totalmente restrictiva y restringida a unos colectivos poco numerosos y totalmente profesionalizados, con el solo fin de la regulación natural y el equilibrio del ecosistema de que se trate. Véase lo que está pasando en Europa con la caza y aquí ya en los Parques Nacionales, donde solo cazan los guardas, los cazadores profesionales contratados, selectivamente, para evitar superpoblaciones y, porqué no decirlo, algunos potentados y conocidos altos cargos pero, por excepción y a escondidas. "Me llevo la poca crema que queda en el pastel -que para eso soy el jefe- y el que venga detrás que arree" ¡Vaya aportación al futuro, ¿no?!. Mejor sería que esta exclusividad se dedicara a formar a nuevos cazadores, con el control pertinente, en estos lugares privilegiados, que tienen caza real, para que pudieran apreciarla en su auténtica medida y conocer aquella, algún día, España agreste que todavía pervive. Caza, especies cinegéticas, que por sus características de autenticidad y salvajismo en parajes privilegiados engancha al mas reticente. Palabra.

La caza, en nuestro país, justificándola, tímida y únicamente, por su aportación a la economía nacional, está destinada, en el futuro, a ser un atractivo turístico “enlatado” mas, para los europeos y gentes de otros lugares -entrada en años y de alto potencial económico- que, en su tierra, ya no pueden cazar porque sus sociedades no se lo permiten. ¿Y nuestras generaciones, de cazadores que?, o se rascan el bolsillo al mismo nivel, o se hacen guardas forestales, o no cazan.

Lo que, sin dinero, no se pueda conseguir, es decir, si no tenemos el necesario para que nuestros hijos cacen lo suficiente de cara a un rápido aprendizaje -si nuestros hijos no tienen finca de caza en propiedad que heredar- hay que suplirlo desde su adolescencia con claridad, firmeza, veracidad de ideas y persistencia, sacando el máximo de aprendizaje a cada experiencia de caza, aunque sea limitada y breve, para aquellos jóvenes que no pertenecen a clases sociales elevadas, pero que tienen una verdadera y febril afición a la caza.

Para estos chicos hay que habilitar cazaderos y días de caza con monitores contrastados, siguiendo una sistemática de igualdad de oportunidades cinegéticas, como en cualquier otro quehacer social en un sistema democrático (De ahí también, por y para ellos, la necesidad de que la caza se regule, de una vez, en este país por un sistema de garantías, libertades y derechos).

Producir discriminaciones por razón de pertenencia a círculos cinegéticos es tolerable para los adultos en una sociedad competitiva y clasista por definición, pero hacerlo con los jóvenes, nuevas promesas de la caza, a propósito de su aprendizaje venatorio es, además de injusto, mezquino y un suicidio que solo producirá furtivismo a medio plazo y mala imagen para el colectivo, además de acrecentar la endogamia en la caza.

Becar a jóvenes seleccionados por criterios subjetivos, hijos de cazadores, para que cacen por el hecho de que sus padres pertenecen a…. o tienen la tarjeta de… es totalmente denigrante para nuestro colectivo, además de un fracaso como iniciativa de promoción de valores cinegéticos de cara al futuro, aplicables a la generalidad de cazadores, porque acentúan la discriminación en la caza y la individualidad del privilegio como norma. ¿Mas facilidades para enchufados?: En la caza: no gracias. Basta ya.

La tutela de cazadores jóvenes debe consistir en lo fundamental que es hacer posible que cacen y sobre todo, y es lo mas importante, que aprendan a cazar, con medida, a gestionar y conocer la caza, a jugar los lances correctamente, a defender la caza salvaje, a respetar, in situ, las leyes escritas y las costumbres no escritas, a entender la caza, no como un deporte, que no lo es, sino como actividad ancestral, útil para el hombre e imprescindible para el equilibrio de la naturaleza. Una vez más que se sientan orgullosos depositarios de una herencia antropológica que les corresponde por derecho natural: ser cazador.

Pero, no se me escapa que este camino no está siendo seguido por bastantes cazadores, que, a la primera de cambio, desisten, justificándose a si mismos de una y mi maneras para dejar a los chicos en casa. Que si, con los estudios, no tienen tiempo, que si es muy caro, que si les critican en el colegio, que si el chaval solo quiere tirar tiros, que el ambiente de la caza es demasiado comercial, que ya no hay amigos en la caza, etc. Multitud de razones, casi todas ciertas, pero no por ello, definitivas y contundentes como para no persistir en el empeño de generar nuevas aficiones y traspasarles nuestro testigo venatorio. Tenemos que tener confianza en nuestra capacidad educativa venatoria.

El cazador maduro o adulto debe reconsiderar o replantearse su papel respecto a los jóvenes, con paciencia, esfuerzo económico, sacrificio, en ocasiones, dejando a un lado un momento puntual de su pasión, en beneficio del joven y adoptando un papel no solo de padre conseguidor, sino de “maestro imprescindible”. La caza, para mi, aporta unos valores a la formación del hombre, ante el hecho natural, absolutamente enriquecedores y satisfactorios que, solo los cazadores podemos comprender, porque lo percibimos. He escuchado muchas veces, a los antiguos cazadores, decir que, en el campo, con la escopeta en la mano, se conoce muy bien a las personas y coincido plenamente con esta afirmación, que viene a significar que, cazando, se reconoce lo mejor y lo peor de cada uno, con mucha claridad, sencillamente porque dentro de la naturaleza y haciendo algo tan básico en un predador como cazar, pero que nos corresponde, se percibe muy bien la calidad personal de cada uno. Cazando no sirve hacer marketing personal. Por lo tanto, este componente educativo y de comportamiento en grupo es otro valor añadido que nos aporta la caza a los que la practicamos y que frecuentemente es ignorado o despreciado por los no cazadores.

Aseguro que ver a un joven, en el que has depositado toda tu sabiduría cinegética, mucha o poca, interesarse por la pureza de las perdices y mostrarse crítico e incluso rechazar la pseudocaza, sorprenderle analizando trabajos de expertos sobre la genética, los métodos de censo de especies, las enfermedades de los animales salvajes, la forma de mejorar los habitats cinegéticos, admirar ese trofeo, cazado en lugares singulares y un largo etcétera de aspectos relacionados, al menos a mi, me produce tal satisfacción que, con ello, doy por muy bien empleados todos mis esfuerzos, que otros hicieron conmigo y siempre se lo agradeceré. Noto que todo este proceso de aprendizaje influyó en mi formación como persona y como ciudadano sin ningún género de dudas.

Lamentablemente, no me importa reconocerlo, nuestro individualismo y falta de sentido colectivo, como cazadores, nos conduce a un punto de destino, en el que se lo hemos puesto demasiado difícil a las nuevas generaciones y ahora, al menos, a los que tenemos cierta perspectiva de lo que nos deparará el futuro, nos toca una mayor dedicación a estos chavales.

La caza, además, es un antiséptico formidable contra determinados virus sociales nocivos, por todos conocidos, contra los que, al parecer, esta sociedad que les ofrecemos, no encuentra soluciones eficaces y que minan lenta pero progresivamente a nuestra juventud (alcohol, drogas, etc.). Motivaciones de autosatisfacción, todas ellas, completamente falsas y pasajeras que no ayudan, destrozan al ser humano.

Por si misma, ésta ya sería una razón impecable e irrefutable para acercar a nuestros hijos, con persistencia, a la caza. Todavía no es tarde y es una opción tan digna como el ecologismo, como mínimo. Tan solo tenemos que ocuparnos de que esa caza que pretendemos enseñarles no sea tampoco nociva por su falsedad, requisito, por cierto, relevante, que no debemos relativizar. La granja, las matanzas, el tiro a los animales por deporte, la caza fácil, altamente tecnificada, los perros de estampa magnífica pero robotizados, sin instinto; la caza como ejercicio de portar, manejar armas y disparar muchos tiros no hace sino producir frustración a medio plazo en el aprendiz, aunque inicialmente atráiga, porque carece de valores esenciales de pasión y aventura; no sirve como método de aprendizaje ni cura de ninguna depresión, ni forja hombres honestos.

Foto: Tradición montera del "noviazgo" para cuatro nuevos monter@s.

Quienes fracasan en estos intentos de motivar al joven hacia la venatoria por meterle en la rueda mercantilista de la caza, embadurnando esta mentira con un llamativo papel brillante de competición deportiva, echan la culpa a esos mismos jóvenes, cuando, hartos de pegar tiros a botes con plumas y platos, desisten, porque, dicen, les falta afición y les acusan de no querer soportar esfuerzo y sacrificio para cazar. Cualquier excusa les vale, a esas autoridades -obligadas a promocionar la caza entre los jóvenes por razón de su cargo y porque son muy conscientes del problema- con tal de no reconocer su incapacidad para ilusionar al joven con la caza, al no ofrecerle caza auténtica, esa que ellos mismos han abandonado para los cazadores modestos tolerando dejarla en manos de los que mas tienen; esa que solo poseen unos cuantos privilegiados y que los que deberían ponerla a disposición de los jóvenes, se la han dejado hurtar, agachando la cabeza y mirando hacia otro lado. A ver si va a resultar que no es que a los jovenes no les atráiga la caza, lo que no les gusta es esa caza actual, vigente, falsa, de lata, de mentira, carísima y previsible que es la única a la que pueden acceder y, además, con un sacrificio que no les compensa.
¿A quién va a ilusionar pegar tiros a un animal escondido, acobardado en una mata, tras salir de una caja de cartón, al que hay que atizar un puntapié para que vuele malamente y sacudirle un tirascazo a quince pasos, por muy firme y plástica que sea la muestra del perro con pedrigree, quieto como una estátua?. Emociones pasajeras. Serán jóvenes pero no tontos. Precisamente una de las motivaciones de los jovenes actuales para implicarse en cualquier cosa es la autenticidad a la que no renuncian, sea cual fuere el asunto que les planteemos. Tienen mucha razón y además derecho a exigirla.

¿Quién va a admirar y conservar, en el futuro, nuestros trofeos, colgados de la pared, y a poder describir, entre sus amigos, el lance a aquel animal contado una y mil veces y, al mismo tiempo, evitar que acaben en un contenedor municipal de basura?, ¿quién va a heredar nuestras armas, buscadas con ahínco, encontradas, por fin, en la armería de un amigo, cuidadas y en las que hemos depositado nuestro “cariño” durante años, por su buen funcionamiento, su artesanía y su precisión, para que no terminen, penosamente, en una prensa hidráulica llenas de herrumbre? ¿Quién va a conservar en su memoria a nuestros perros, compañeros de aventuras y colaboradores fieles de nuestros logros cinegéticos?. ¿Quien va a leer nuestros libros de admirados escritores-cazadores? ¿Quiénes son los receptores de las tradiciones, las costumbres cinegéticas del lugar, la forma de cazar tal o cual paraje o coto, las querencias de las piezas?: Pues, solamente, nuestros hijos, los jóvenes cazadores que, nosotros, seamos capaces de aproximar a la caza. Es una justificación, mínima, incluso pudiera considerarse algo egoísta, por nuestra parte, pero, por si sola, que hay muchas mas, igualmente sólida. ¿O es que solo es heredable lo que tiene un valor económico?. No es que nosotros queramos, es que ellos tienen derecho a tenerlo, igual que nosotros lo hemos tenido. Debemos ocuparnos, sin demora, en asegurarnos de que esto suceda.

Las escuelas de cazadores, de nueva creación, deberían enfocarse tanto o más a los jóvenes, que a los adultos, no solo dando libros y charlas de sesudos y honorables eruditos, sino también de algún alimañero o guarda, pongamos por caso, que puede que le dé un cariz, algo mas “real”, pegado a la tierra, al asunto de la formación de nuevos cazadores y mas próxima al campo, además, sin duda alguna, las acciones formativas tendrían que incluir jornadas de caza práctica, de menor y de mayor, salvaje (otra vez), junto a otros cazadores. Ahí si que habría que poner los máximos recursos económicos que administran, los que “administren” el dinero de la caza. Los cursos de caza actuales, para obtener la licencia, me parecen necesarios para superar esta barrera y obtener el “papelito”, de turno, pero distan mucho de aproximarse siquiera, a la verdadera formación del cazador. Ampliar contenidos teóricos es claramente insuficiente, porque se trata de saber cazar y eso ya es otra historia, que solo se aprende cazando y, además, viendo a otros como cazan.

No soy partidario de la autoformación, en solitario, del joven cazador, solo a base de lecturas, conversaciones en las armerías o en los bares, ferias, internet, revistas, acudir a competiciones deportivas de tiro y un sin fin de “acontecimientos” relacionados con la caza, porque lo único que se consigue es confundir al chaval, aburriéndose ante tanta complicación, y, si persiste en su empeño de ser cazador, sometiéndose a riesgos o fracasos innecesarios, que van minando su incipiente afición. El cazador debe formarse, cazando, con otros cazadores maduros. Hay que llevarle de la mano y, ¡ojo! no solo por la imprescindible exigencia de seguridad en el manejo de las armas, que también, sino por su paulatina y permanente motivación en positivo, que, hoy, es la condición imprescindible.

Por último, refiriéndome a las competiciones de tiro y similares, no creo que este sea el mejor camino, ni siquiera la puerta de acceso para iniciarse, por el simple hecho de que la competitividad en el ejercicio de la caza no es buena para nadie, mucho menos para el joven. Los campeonatos, bajo el falso palio de que la caza es deporte, sean de la índole que fueren, de tiro o de caza, contribuyen, un poco mas, a acentuar el carácter individualista del cazador, que tan caro nos está costando, por impedir la defensa de nuestros intereses. No hay que competir con otros cazadores para ver quien es el que mas mata, tira mejor, aguanta mas palizas, acude a mas monterías, mata el trofeo mas grande, etc., mas bien, el otro cazador, para el joven, debe ser una mano tendida y un medio de aproximación a la caza. Hay que organizarse corporativamente, entre todos, y, yo diría que, más si se trata de jóvenes cazadores, porque tienen el futuro muy negro. Los maduros, está visto que, somos incapaces de defendernos como colectivo. Si es verdad que, ahora, hay más piezas de caza que antes, ¿Cuál es la razón de que no se promocione más la caza entre los jóvenes, con medios, planes y dedicación?

FOTO:Díc-1999-Día de caza menor para los cazadores noveles

Para que la reflexión que propongo también resulte motivadora, una cuantas ideas al respeto: Los cotos de caza de los pueblos que admiten entre sus filas a los cazadores modestos, jóvenes, por una cuota simbólica o inexistente, están en el buen camino y hacen más aficiones y por el futuro de la caza que cualquier otra institución. Todas las sociedades de cazadores locales deberían tener programas destinados a cazadores jóvenes en forma de jornadas de caza específicas para ellos, sin distinción de procedencias, amistades, pertenencia a grupos o linajes. El futuro de la caza esta en ellos, en todos y cada uno de ellos y se merecen menos burocracia, menos discriminación y mas orden, ideas claras y generosidad por nuestra parte.

Pongámonos, todos los demás, los maduros, de una vez, manos a la obra, previo reconocimiento de nuestra realidad, incertidumbres y futuro de la caza. Ya se que algunos lo hacen. Ahora se trata de que todos seamos conscientes de su urgencia y de tener un plan sólido, acertado y, lo fundamental, concertado con las personas, asociaciones o instituciones que pueden ofrecer caza, accesible y tutelada, a los jóvenes que se interesen por cazar. Pero caza verdadera y caza en igualdad de condiciones.

Entre nuestras filas de adultos, es cierto, lo que nos sobran son maestros en todos y cada uno de los aspectos y modalidades de la caza, que son muchos,… pues a ello, sin demora. Es esa profundidad de argumentos, esa práctica y ese saber hacer, lo que necesitan los jóvenes.

¿Que pasaría si en cada finca, reserva, coto; montería, rececho, gancho, ojeo o jornada a mano de cazadores, se asignara un par de acciones, permisos o puestos a los jóvenes en formación?:......absolutamente nada malo para ellos y, si, mucho y bueno para nosotros.

A ver si va a resultar que el libre mercado y sus leyes, aderezado con unas gotas de miopía colectiva, otras de egoísmo secular y clasista, todo ello en un pastel de ausencia de derechos de los cazadores y de protección del privilegiado, van a ser quienes produzcan el suicidio de la caza por falta de clientela en el futuro y de inversión en el presente. Sería curioso, además de lamentable y, por cierto, un fallo en la planificación, por parte del sector cinegético, de libro, que los grupos ecologistas radicales disfrutan ya viendo venir.


El problema de la carencia de jóvenes cazadores ya lo tenemos aquí, ahora, hay que resolverlo. El excesivo individualismo y el mercantilismo de la caza actual no puede acabar con su futuro. Nosotros los cazadores maduros estamos obligados a emprender iniciativas personales o, mejor, coordinadas para evitarlo. Todo lo que hagamos será poco. No es solo por ellos, también, por nosotros. Se lo debemos a la caza.

Cordialmente

4 comentarios:

  1. Los jovenes lo tenemos mucho peor que los adultos en esto de la caza. Pero no veo que nadie mueva el culo por nosotros.
    Saludos

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  2. Mi más cordial enhorabuena, porque creo que el artículo es un tratado lúcido y veraz de la situación actual, pero además una buena guía para dar soluciones.

    Como padre, me he visto reflejado en muchas de las cosas que dices, José Antonio, y puedo asegurar que es verdad punto por punto lo que expones, y creo eficaces los modos de educar que propones: el esfuerzo, la formación en valores cinegéticos, y el respeto por lo heredado.

    Mi más sincera enhorabuena, porque estamos en el camino.

    Quiero dar un mensaje de esperanza a todos, porque creo que el tirón que tiene la caza, al menos en los pueblos, no para con nosotros. Otra cosa más difícil de encarrilar es la caza en los jóvenes urbanitas.

    Avanzando un poco más el análisis...¿no estaremos haciendo una separación entre jóvenes urbanitas por la caza artificial y jóvenes de pueblos por la caza auténtica?. ¿No será ese nuestro modelo futuro?.

    Un saludo:

    Mac Heijan.

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  3. Ante todo y sobre todo, enhorabuena por el articulo, se ve que lo que escribes te llena y lo sientes, nadie como una persona que siente lo que escribe puede plasmar pensamientos que se llevan tan dentro como los de la caza, para los que no tenemos esa virtud y sentimos cierta envidia pera sana, la lectura de lineas como estas nos ayudan lo primero a ser mas humanos y tener cierta ilusión con trasmitir estas ideas escritas a nuestro futuro legado.

    Espero y se, que como cazador José Antonio tu llama cazadora no se extinga nunca, por que siempre habrá rescoldos que necesitaran tu calor para poder ser eso, FUTUROS CAZADORES.

    Un abrazo

    stiff ears

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  4. Muchas gracias por vuestros comentarios.
    Cada uno, dentro de nuestras posibilidades, escribiendo, dando ideas, facilitando la caza a nuestros hijos, en los cotos, etc., debemos y podemos poner nuestro granito de arena a favor de los cazadores jóvenes, porque de esa forma ayudamos a que la caza continúe existiendo para que la disfruten nuevas generaciones, como nosotros la hemos disfrutado. Tienen todo el derecho a ello.

    Ya me gustaría a mi poder ayudar mas y se, a ciencia cierta, que muchos cazadores, padres de nuevos cazadores, querrián ayudar mas pero, desgraciadamente, tenemos las puertas cerradas por los que manejan la caza en nuestro país y tienen otros intereses en los que pensar y otros negocios de los que ocuparse.

    Sigo leyendo en algún foro a cazadores decir que no les preocupa el futuro, que no tienen porqué preocuparse de los que vienen detrás, pues bien, flaco favor le hacen a la caza y, sinceramente, no quiero a esos "cazadores" a mi lado. Efectivamente todos los cazadores no somos iguales, aunque deberíamos (que no los tenemos) tener los mismos derechos. Aquellos que no están dispuestos a hacer nada por los nuevos cazadores y por el derecho a cazar de futuras generaciones dudo mucho de que verdaderamente sientan la caza y cacen por pasión bien sentados en sus lugares de privilegio. Así de claro. Pongo en duda su calidad cinegética, porque, entre otros motivos, la generosidad es un valor propio de cazadores. Discrepo frontalmente de estos individuos que dicen ser cazadores, que viven la caza al día y que no les importa el futuro. Se equivocan profundamente.

    Saludos y de nuevo gracias.

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