Me parece increíble que, a estas alturas de mi vida cinegética, me siga emocionando la caza, una y otra vez, con la misma intensidad, las mismas sensaciones, los mismos nervios, la incertidumbre....en fin. Todo ese cúmulo de percepciones que solo los cazadores tenemos el enorme placer de disfrutar y el derecho consecuente a hacerlo, aflorando una y otra vez, sin saber muy bien de donde sale. Por eso escribo de caza, porque los cazadores tenemos mucho que explicar y que decir de nuestras vivencias, todas ellas diferentes, hasta constituir un verdadero acerbo venatorio individual y de conjunto.
Es cierto que la experiencia es un grado y a base de repetir procedimientos, preparativos y hasta, a veces, auténticos rituales, que prácticamente fluyen solos de tu interior, por haber sido vividos tantas veces es, o parece, como si nada nuevo nos deparase la caza, pero no es verdad. Falsa apariencia, lo cierto es que nunca una cacería es igual a otra y, precisamente, eso es lo que motiva e ilusiona, como si de la primera vez se tratase; como aquel primer día que se pierde en nuestra memoria -que pretendemos repetir, por lo satisfactorio que resultó- o aquello tan agradable que vivimos, cazando.
Esta previa reflexión viene a cuento a propósito de este relato que me propongo hacer sobre un rececho de venao, en la berrea 2008, que he tenido la fortuna de llevar a cabo y que, a base de haber recechado a lo largo de mi vida, en las suficientes oportunidades como para sentirme orgulloso y mínimamente curtido en el asunto, pudiera parecer uno mas, pero no, esta vez también ha sido diferente a otros recechos. Iré explicando porqué; a mi parecer, merece la pena contarlo.
La cosa empezó cuando abrí aquel sobre, proveniente de la Junta de Castilla-León, donde se me comunicaba haber sido agraciado en el sorteo de un representativo. "Ciervo No medallable", decía textualmente, aunque desde luego suena fatal, como si a un desecho o a un limitado o impotente animal, incapaz de mejorar, se refiriese (que manía tienen los técnicos de usar el rigor técnico en sus expresiones, por evitarse usar términos de caza, cuando quedaría mucho mas castizo decir "venao adulto", "tipo de la especie" o sencillamente "representativo"). Pero dejémoslo ahí, es pura semántica; no quiero empezar esto dando caña. Paso de corregir a nadie y menos a los técnicos.
Se deduce, por lo tanto, que el relato NO viene a cuento por la hipótesis de haber obtenido el extraordinario trofeo, intentando superar los doscientos puntos CIC y susceptible de entrar en el Libro de homologaciones, no. Lo escribo por la sencilla razón de que me tocó un venao "normalito", pero como, por fortuna, no padezco a estas alturas "trofeítis", me lanzo a contarlo, creyendo que todavía quedará algún lector que tampoco la padezca.
Aquel día, leído el comunicado oficial me dije para mis adentros: ¡¡¡Joé, macho, por fin has tenido suerte, tras tantos años entrando en los sorteos, me faltaba un venao de una Reserva Nacional de Caza y ya ha llegado su hora!!!.
Tocó venao de montaña en la berrea. Lo cuento porque, aunque omitiré el nombre de la Reserva, está ubicada en la Cordillera Cantábrica y la expresión "montaña" es muy propia de aquellas latitudes, aunque las de más al sur también lo sean, pero a estas solemos llamarlas "sierras" o "montes", mas propiamente. Esto es La Montaña.
Ya había estado en la zona a recechar corzos en otras ocasiones pero nunca en Setiembre, por lo que ahí empezaron las novedades. Cuando me aproximaba en mi vehículo al pueblo en cuestión empecé a percibir sensaciones diferentes, nada familiares para mí en mis territorios de caza mas frecuentes. La brisa intensa y cortante del inminente otoño; la humedad permanente -propia de zonas de prados, verdes aun en esta época- y el interminable surtido de arroyos y torrenteras cristalinas que adornan estos lugares, les confiere un aspecto, un colorido y un olor especial, chocante para el cazador de La Mancha -tierra habitual de mis correrías cinegéticas, árida e interminable-. Acababa de llover y aquello era un humedal completo, que entraba, rompiendo la monotonía, por los sentidos. Solo por todo esto merece la pena estar allí. Esta, junto al hecho venatorio, es la razón más importante de la ilusión y la emoción del viaje -lo confieso- mas allá del trofeo en cuestión.
No es solo el paisaje brutal, vertical, enrevesado, sino esa sensación personal de parecer diminuto frente a aquellos colosos de piedra que forman dicha cordillera y que acojonan al viajero al brotar inmensos, imponentes, de entre los bosques oscuros, del norte peninsular; repentinas montañas que sorprenden, al abandonar la meseta castellana y adentrarse por sus collaos, portillos y desfiladeros calizos. Estamos en la montaña cantábrica, hemos llegado y un venao de montaña nos espera. El destino dictará la sentencia que proceda.
Es cierto que la experiencia es un grado y a base de repetir procedimientos, preparativos y hasta, a veces, auténticos rituales, que prácticamente fluyen solos de tu interior, por haber sido vividos tantas veces es, o parece, como si nada nuevo nos deparase la caza, pero no es verdad. Falsa apariencia, lo cierto es que nunca una cacería es igual a otra y, precisamente, eso es lo que motiva e ilusiona, como si de la primera vez se tratase; como aquel primer día que se pierde en nuestra memoria -que pretendemos repetir, por lo satisfactorio que resultó- o aquello tan agradable que vivimos, cazando.
Esta previa reflexión viene a cuento a propósito de este relato que me propongo hacer sobre un rececho de venao, en la berrea 2008, que he tenido la fortuna de llevar a cabo y que, a base de haber recechado a lo largo de mi vida, en las suficientes oportunidades como para sentirme orgulloso y mínimamente curtido en el asunto, pudiera parecer uno mas, pero no, esta vez también ha sido diferente a otros recechos. Iré explicando porqué; a mi parecer, merece la pena contarlo.
La cosa empezó cuando abrí aquel sobre, proveniente de la Junta de Castilla-León, donde se me comunicaba haber sido agraciado en el sorteo de un representativo. "Ciervo No medallable", decía textualmente, aunque desde luego suena fatal, como si a un desecho o a un limitado o impotente animal, incapaz de mejorar, se refiriese (que manía tienen los técnicos de usar el rigor técnico en sus expresiones, por evitarse usar términos de caza, cuando quedaría mucho mas castizo decir "venao adulto", "tipo de la especie" o sencillamente "representativo"). Pero dejémoslo ahí, es pura semántica; no quiero empezar esto dando caña. Paso de corregir a nadie y menos a los técnicos.
Se deduce, por lo tanto, que el relato NO viene a cuento por la hipótesis de haber obtenido el extraordinario trofeo, intentando superar los doscientos puntos CIC y susceptible de entrar en el Libro de homologaciones, no. Lo escribo por la sencilla razón de que me tocó un venao "normalito", pero como, por fortuna, no padezco a estas alturas "trofeítis", me lanzo a contarlo, creyendo que todavía quedará algún lector que tampoco la padezca.
Aquel día, leído el comunicado oficial me dije para mis adentros: ¡¡¡Joé, macho, por fin has tenido suerte, tras tantos años entrando en los sorteos, me faltaba un venao de una Reserva Nacional de Caza y ya ha llegado su hora!!!.
Tocó venao de montaña en la berrea. Lo cuento porque, aunque omitiré el nombre de la Reserva, está ubicada en la Cordillera Cantábrica y la expresión "montaña" es muy propia de aquellas latitudes, aunque las de más al sur también lo sean, pero a estas solemos llamarlas "sierras" o "montes", mas propiamente. Esto es La Montaña.
Ya había estado en la zona a recechar corzos en otras ocasiones pero nunca en Setiembre, por lo que ahí empezaron las novedades. Cuando me aproximaba en mi vehículo al pueblo en cuestión empecé a percibir sensaciones diferentes, nada familiares para mí en mis territorios de caza mas frecuentes. La brisa intensa y cortante del inminente otoño; la humedad permanente -propia de zonas de prados, verdes aun en esta época- y el interminable surtido de arroyos y torrenteras cristalinas que adornan estos lugares, les confiere un aspecto, un colorido y un olor especial, chocante para el cazador de La Mancha -tierra habitual de mis correrías cinegéticas, árida e interminable-. Acababa de llover y aquello era un humedal completo, que entraba, rompiendo la monotonía, por los sentidos. Solo por todo esto merece la pena estar allí. Esta, junto al hecho venatorio, es la razón más importante de la ilusión y la emoción del viaje -lo confieso- mas allá del trofeo en cuestión.
No es solo el paisaje brutal, vertical, enrevesado, sino esa sensación personal de parecer diminuto frente a aquellos colosos de piedra que forman dicha cordillera y que acojonan al viajero al brotar inmensos, imponentes, de entre los bosques oscuros, del norte peninsular; repentinas montañas que sorprenden, al abandonar la meseta castellana y adentrarse por sus collaos, portillos y desfiladeros calizos. Estamos en la montaña cantábrica, hemos llegado y un venao de montaña nos espera. El destino dictará la sentencia que proceda.
(Notará el lector que cito en plural y es porque, en esta ocasión, mi esposa me acompañaba. Suerte la mía que se anima de vez en cuando en mis salidas y que se repita así muchas veces mas. Es un apoyo importante en la vida y, consecuentemente, también en la caza)
Día 12, 7,00 h. - Me encuentro con el celador, saludos, presentaciones, protocolo documental y marchando hacia el cazadero. Surcamos un valle abierto, por una carretera estrecha, solos. No ha amanecido aún, pero la luz se atisba, se abre paso entre las estrellas, en el horizonte. Hasta entonces no soy consciente del entorno, ni de luces, ni colores ni medidas. Huele a vaca en el trayecto.
Comienza la cacería y caminamos por una vereda empinada, entre brezos y escobas, hasta llegar y adentrarnos en un pegote de robles, entre los prados con inquilinas, las olorosas e intuitivas vacas del norte: gordas, rubias, pacíficas y, al mismo tiempo escépticas en su mirada hacia nosotros. No parecen comprender muy bien la razón de nuestra presencia en su terrero. Es lógico, no va con ellas, ni tenemos pinta de vaquero, pero es que lo nuestro se la trae al pairo a su filosofía vital.
Visión panorámica -en la primera parada, a media ladera- la que tenemos delante, al trasponer metidos entre los robles y dar vista al vallejo siguiente. De testero, carea un machillo de tercera o cuarta cabeza, "chaparrete" y cinco hembras que no saben donde estamos, no nos ven, pero han sentido nuestro rumor previamente, antes de la asomada. El aire bien, pero los bichos, a tran-tran, rompen el careo y se marchan. Venao bonito, pero joven que merecía seguir viviendo unos años hasta completar su cuerna. ¡Hasta la vista, amigo!
Esperamos un buen rato porque mi acompañante, el celador, afirma que ha visto, días atrás, otro, en edad de merecer, bastante mejor que ese. No aparece........ y amanece. Toca mirar, mirar y mirar, o sea: prismáticos. Apenas hay berrea. Canta uno en lo alto, en el puntal, otro a la derecha: lejos y el antedicho machete, que se va dejando notar diciendonos que él ya sabe berrear.
Ante nosotros, una inmensidad de pequeños vallejos, montecillos, prados y, en lo alto, un bosque de robles tremendo, coronando el valle principal. En el puntal sobre nosotros, se distingue en la lejanía un venao grande, al borde del robledal, con cuatro o cinco ciervas de vigía, que pega un par de berridos y se calla. Le miró por el larga-vista y es un venao viejo de largas luchaderas, apenas sin corona; cuerna alta pero fino, al que le faltan las contras. Como el otro (el previsto) no aparece, decidimos entrar a ese "abuelo", a ver que tal. Total, aunque selectivo, puede valer, tendrá unos 90 cms. y tal vez se acerque a bronce, aunque, claramente, no va a llegar. Se lo propongo al celador y acepta.
A mí me gustan especialmente estos venaos porque pienso que en uno o dos inviernos se van para el otro barrio y, para que los maten los lobos y los guarros se coman la cuerna después, mejor me lo llevo yo; hago una buena gestión para la especie y le proporciono al animal una muerte rápida, tras una larga vida de padrear y luchar por sobrevivir. Se la merecen. Alguno mas tengo en casa de esta guisa y por estos mismos motivos. Además era un rececho difícil porque, situado como digo en el puntal, no teníamos otra opción que entrarle de frente, de abajo a arriba, gran parte del trayecto al descubierto, con lo que esto supone de ventaja para el bicho. Así que, para allá vamos.
Suelen, estos viejetes, tomar siempre estos puntales altos en la berrea, desde donde divisan las "bajeras" por el frente y, a su espalda, hay un monte cerrado que les da seguridad. Por abajo te sacan y por detrás también, si te arrimas.
Lo previsto, fracaso a la mochila. No nos deja acercarnos porque "el harén" nos detecta mucho antes de poder siquiera situarnos en posición de tiro mínimamente aceptable. Estaba muy lejos, la verdad, aunque la aproximación ha sido técnica, costosa y con conocimiento, por lo que quedamos satisfechos del trabajo realizado. Otro habrá. Llegamos al lugar del sultán, tras la "pechada" y huele a macho por doquier. Berrea dentro del bosque como diciéndome: ¡¡¡anda ya, listo, ahí me iba yo a quedar!!!., así que nos metemos a él, sin esperanza, por si sonara la flauta y se dejara tirar enmontado. No hay manera, nos sorprende él a nosotros otra vez, en su terreno, quieto como una estatua, esperando y, comprobada nuestra identidad e intenciones, pega un tornillazo hacia lo mas hondo del bosque y le perdemos de vista para siempre, no sin antes haber certificado su cuerna conforme a lo previsto de lejos: un viejo selectivo, sin palma, con mucho cuerpo, cabeza gacha y pocas ganas de "cantar". Parece increíble que en un monte tan cerrado, entre robles tan juntos, tan espesos, puedan moverse con esa soltura y pegarse esas carreras con semejante corpachón a cuestas. Por cierto, noto y comento con mi acompañante el poco ruido que hacen, a causa del suelo húmedo y blando; circunstancia que aprecio muy distinta al monte mediterráneo donde, por estas fechas, cualquier animal mete una bulla importante a la carrera y sientes bien los pisotones en el suelo duro y seco, entre hojarascas. Allí esto no ocurre.
En esta posición elevada, surcamos el bosque cerrado tan solo atravesado por algunos rayos de sol salpicados que consiguen penetrar la espesura hasta el suelo y que le dan a la escena una apariencia de cuento de hadas. Por fin asomamos mas arriba, dando vista a los prados de otro valle más allá. Berrea alguno en la ladera de enfrente, pero ya dentro del bosque. Lo dejamos y seguimos adelante. Vemos ciervas, varias, aquí y allá, pero a ningún macho con ellas. De repente de una linde, con cuatro matas de escobas sueltas en un barranquillo, sale el venao en carrera sin decir "esta boca es mía". No está mal, pero no me deja echarle los puntos y aunque es del tipo abatible, no me gusta especialmente. Tampoco se para, ni tengo intención de tirarle a la carrera, desde luego, aunque lo único que me estorbaba era su sombra. Se pierde en el espesar y regresamos. Ha terminado el rececho mañanero porque el sol empieza a picar y las reses ya se ocultan. Son las 10,00 h.
Buena caminata y poca berrea.
Empleamos la tarde en otear una querencia a notable altura, dando vista a una enorme montaña, pelada de los hielos invernantes, con base en un hayedo enorme, de donde salen las reses de careo montaña arriba. Nada especial, nada de berrea y nada de machos tirables, todo ciervas, varetos y terceras cabezas. la proporción de machos-hembras esta claramente desequilibrada, a mi entender, por exceso de estas últimas......como siempre. Mala cosa (En esto si me recuerda al sur).
Día 12, 7,00 h. - Me encuentro con el celador, saludos, presentaciones, protocolo documental y marchando hacia el cazadero. Surcamos un valle abierto, por una carretera estrecha, solos. No ha amanecido aún, pero la luz se atisba, se abre paso entre las estrellas, en el horizonte. Hasta entonces no soy consciente del entorno, ni de luces, ni colores ni medidas. Huele a vaca en el trayecto.
Comienza la cacería y caminamos por una vereda empinada, entre brezos y escobas, hasta llegar y adentrarnos en un pegote de robles, entre los prados con inquilinas, las olorosas e intuitivas vacas del norte: gordas, rubias, pacíficas y, al mismo tiempo escépticas en su mirada hacia nosotros. No parecen comprender muy bien la razón de nuestra presencia en su terrero. Es lógico, no va con ellas, ni tenemos pinta de vaquero, pero es que lo nuestro se la trae al pairo a su filosofía vital.
Visión panorámica -en la primera parada, a media ladera- la que tenemos delante, al trasponer metidos entre los robles y dar vista al vallejo siguiente. De testero, carea un machillo de tercera o cuarta cabeza, "chaparrete" y cinco hembras que no saben donde estamos, no nos ven, pero han sentido nuestro rumor previamente, antes de la asomada. El aire bien, pero los bichos, a tran-tran, rompen el careo y se marchan. Venao bonito, pero joven que merecía seguir viviendo unos años hasta completar su cuerna. ¡Hasta la vista, amigo!
Esperamos un buen rato porque mi acompañante, el celador, afirma que ha visto, días atrás, otro, en edad de merecer, bastante mejor que ese. No aparece........ y amanece. Toca mirar, mirar y mirar, o sea: prismáticos. Apenas hay berrea. Canta uno en lo alto, en el puntal, otro a la derecha: lejos y el antedicho machete, que se va dejando notar diciendonos que él ya sabe berrear.
Ante nosotros, una inmensidad de pequeños vallejos, montecillos, prados y, en lo alto, un bosque de robles tremendo, coronando el valle principal. En el puntal sobre nosotros, se distingue en la lejanía un venao grande, al borde del robledal, con cuatro o cinco ciervas de vigía, que pega un par de berridos y se calla. Le miró por el larga-vista y es un venao viejo de largas luchaderas, apenas sin corona; cuerna alta pero fino, al que le faltan las contras. Como el otro (el previsto) no aparece, decidimos entrar a ese "abuelo", a ver que tal. Total, aunque selectivo, puede valer, tendrá unos 90 cms. y tal vez se acerque a bronce, aunque, claramente, no va a llegar. Se lo propongo al celador y acepta.
A mí me gustan especialmente estos venaos porque pienso que en uno o dos inviernos se van para el otro barrio y, para que los maten los lobos y los guarros se coman la cuerna después, mejor me lo llevo yo; hago una buena gestión para la especie y le proporciono al animal una muerte rápida, tras una larga vida de padrear y luchar por sobrevivir. Se la merecen. Alguno mas tengo en casa de esta guisa y por estos mismos motivos. Además era un rececho difícil porque, situado como digo en el puntal, no teníamos otra opción que entrarle de frente, de abajo a arriba, gran parte del trayecto al descubierto, con lo que esto supone de ventaja para el bicho. Así que, para allá vamos.
Suelen, estos viejetes, tomar siempre estos puntales altos en la berrea, desde donde divisan las "bajeras" por el frente y, a su espalda, hay un monte cerrado que les da seguridad. Por abajo te sacan y por detrás también, si te arrimas.
Lo previsto, fracaso a la mochila. No nos deja acercarnos porque "el harén" nos detecta mucho antes de poder siquiera situarnos en posición de tiro mínimamente aceptable. Estaba muy lejos, la verdad, aunque la aproximación ha sido técnica, costosa y con conocimiento, por lo que quedamos satisfechos del trabajo realizado. Otro habrá. Llegamos al lugar del sultán, tras la "pechada" y huele a macho por doquier. Berrea dentro del bosque como diciéndome: ¡¡¡anda ya, listo, ahí me iba yo a quedar!!!., así que nos metemos a él, sin esperanza, por si sonara la flauta y se dejara tirar enmontado. No hay manera, nos sorprende él a nosotros otra vez, en su terreno, quieto como una estatua, esperando y, comprobada nuestra identidad e intenciones, pega un tornillazo hacia lo mas hondo del bosque y le perdemos de vista para siempre, no sin antes haber certificado su cuerna conforme a lo previsto de lejos: un viejo selectivo, sin palma, con mucho cuerpo, cabeza gacha y pocas ganas de "cantar". Parece increíble que en un monte tan cerrado, entre robles tan juntos, tan espesos, puedan moverse con esa soltura y pegarse esas carreras con semejante corpachón a cuestas. Por cierto, noto y comento con mi acompañante el poco ruido que hacen, a causa del suelo húmedo y blando; circunstancia que aprecio muy distinta al monte mediterráneo donde, por estas fechas, cualquier animal mete una bulla importante a la carrera y sientes bien los pisotones en el suelo duro y seco, entre hojarascas. Allí esto no ocurre.
En esta posición elevada, surcamos el bosque cerrado tan solo atravesado por algunos rayos de sol salpicados que consiguen penetrar la espesura hasta el suelo y que le dan a la escena una apariencia de cuento de hadas. Por fin asomamos mas arriba, dando vista a los prados de otro valle más allá. Berrea alguno en la ladera de enfrente, pero ya dentro del bosque. Lo dejamos y seguimos adelante. Vemos ciervas, varias, aquí y allá, pero a ningún macho con ellas. De repente de una linde, con cuatro matas de escobas sueltas en un barranquillo, sale el venao en carrera sin decir "esta boca es mía". No está mal, pero no me deja echarle los puntos y aunque es del tipo abatible, no me gusta especialmente. Tampoco se para, ni tengo intención de tirarle a la carrera, desde luego, aunque lo único que me estorbaba era su sombra. Se pierde en el espesar y regresamos. Ha terminado el rececho mañanero porque el sol empieza a picar y las reses ya se ocultan. Son las 10,00 h.
Buena caminata y poca berrea.
Empleamos la tarde en otear una querencia a notable altura, dando vista a una enorme montaña, pelada de los hielos invernantes, con base en un hayedo enorme, de donde salen las reses de careo montaña arriba. Nada especial, nada de berrea y nada de machos tirables, todo ciervas, varetos y terceras cabezas. la proporción de machos-hembras esta claramente desequilibrada, a mi entender, por exceso de estas últimas......como siempre. Mala cosa (En esto si me recuerda al sur).
Vemos otro venao viejo de las mismas características del de la mañana, solo que este mas feo, peor, a mas de un kilómetro y ascendiendo hacia la cumbre por la empinada ladera, poniendo tierra de por medio. Pues adiós. Ni me molesto en plantearme el asunto porque estos trabajos de "limpieza", en realidad, corresponden a la gestión de la Reserva y las reglas del juego indican que son los encargados de hacerla quienes deben eliminar esos machos......si quieren, pueden y saben. Uno no viene a eso, en solo dos días, a un lugar donde seguramente solo vas a cazar una vez en la vida y, si vienes, debes tenerlo claro de antemano, a mi entender. Cumplí con el intento mañanero.
Tarde desapacible, con un viento racheado importante, a tanta altura, que se hacía, por momentos, insoportable. Tanto que costaba sujetar los prismáticos y las manos empezaban a notar el desazón que proporciona el frío porque estamos a +2º. Desde las 20,00 h. hasta el anochecer -hora cumbre de movimiento de las reses- nos plateamos descubrir algún macho tirable, a base de búsqueda estática. Pero como no decían ni "pío", la dificultad de localización en aquella inmensidad pétrea, negociando distancias siempre mas allá del kilómetro, la cosa se puso seria, mas bien imposible. Mala tarde. Tan solo pudimos descubrir, varios machetes pequeños más y algún horquillón bien comido; sueltos, algunos con "pepas", otros todavía en collera (mala señal a estas alturas del calendario y signo de ningún celo) y un venao tirable, justo antes de marcharnos, que asomó en un profundo barranco ya entre dos luces y con buena pinta, pero la incertidumbre de no estar seguros de sus medidas, ante la falta de luz, nos hizo desistir del tiro, aunque estaba a no mas de 150 metros. No me gusta aventurar ni suponer en este tipo de recechos porque la importancia que para mi tiene esta caza no merece un tiro incierto, sin saber a qué tiras; hay que asegurarse y, si se necesita mas tiempo, pues mejor, mas disfrutas el entorno y la cacería propiamente dicha, a ese o a otro animal. Eran las 21,30 h.: fin del día, mucho frío, mas ventisca y poco cante.
Se agradecía llegar al coche porque aquello se estaba poniendo serio y, en el horizonte, negras nubes con pinta que venir, de agua, a tope y con aviesas intenciones. En estas montañas, como te descuides un pelín, una nube empieza a hacerse mayor, a aproximarse, te descarga en un momento sin previo aviso y te empapas, cuando ya cantabas victoria de que te ibas sin mojarte. Cosas de la alta montaña. Es que esto no es lo mismo.
Haré un paréntesis en el relato para reflexionar sobre la importancia de no haber cercas en estos parajes (salvo los cuatro alambres para las vacas, que se los salta un venao a pata coja) y ser territorios abiertos:
Resulta fundamental para la especie poder disponer de esta inmensidad de espacio. Estamos hablando de una reserva de 45.000 has., sobre plano, que, además en montaña es como si tuviera el doble de extensión, donde la movilidad del cervuno es notable -diría que la natural de la especie en libertad, es decir, en estado salvaje-, pudiendo cambiar de querencias, según la estación del año, para elegir los mejores pastos de cada sitio y a distintas alturas, aun teniendo que hacer desplazamientos de varias decenas de kilómetros. Asunto este básico para la alimentación, para el mantenimiento de la salud de los animales y para el intercambio genético entre individuos de la especie, evitando la indeseable consanguinidad, propia de los semi-corrales del centro y del sur peninsular. Esa es la grandeza y el atractivo de estas reservas norteñas y el valor incalculable de disponer de tantos animales y tantas especies en sus dominios: su desarrollo natural. Un tesoro que todos -y mas los cazadores- tenemos la obligación de conservar como está, procurando una gestión lo mas rigurosa posible, impidiendo introducciones de cervuno europeo o de dudosas procedencias, con la excusa de "renovar sangre" para la mejora de trofeos, equilibrando el ratio de sexos y haciendo unas extracciones razonables, sin excesos. Aquí no hay consanguinidad que valga, ni necesidad alguna de mas bichos; en todo caso, si, de mejores, pero eso es pura y dura gestión cinegética. Con los "mimbres" que hay, que son bastantes, sanos y genéticamente autóctonos, hay para un cesto extraordinario. Pero hay que estar ello y no es precisamente fácil, con la demanda de caza actualmente existente, incluidos los terrenos públicos.
No me detendré mas en esta reflexión, porque fue un debate que tuvimos, el celador y yo, bastante interesante, en los ratos de parada para "mirar y mirar" y del que la conclusión que obtuvimos, ambos, fue exactamente esa, pero, además es que el asunto daría para un solo artículo y la cosa de hoy no va por ahí en absoluto, sino de contar las vivencias y resaltar diferencias.
Día 13, 7,00 horas.- Ascendemos en el vehículo por otra carretera de montaña, de esas estrechas, aunque con buen firme. La verdad es que me encontraba un poco desilusionado por la poca berrea que había, mas que nada por la sencilla razón de que ese espectáculo sonoro te motiva y, habiéndolo vivido en anteriores ocasiones en toda su plenitud, aquel silencio entre montañas no me gustaba nada, cuando, a esa hora y entrada la berrea, debería ser un auténtico concierto de machos, en el hipotético caso de que el permiso otorgado lo hubiera sido tan solo una semanita mas tarde. Cosas de la suerte. Bueno, rectifico, algún "pavete" si echaba unos gorgoritos, tampoco hay que ser perfeccionista ni hay que quejarse, porque, ciertamente, estar allí, como ya he comentado, era una suerte. Eso si, el ascenso acompasado del alba iba mostrando otro escenario mas brutal, si cabe.¡Que montañas, qué maravilla de la creación; este amanecer es precioso!.
Paramos en un portillo, aparcamos y a otear de arriba a abajo. Berrea brevemente un macho a lo lejos, enfrente, a mas de un kilómetro y le vemos: ¡Parece majo!. Vamos a acercarnos más por la vereda que circula a media ladera. El aire bien.
7,30 h.-Caminamos sin prisa pero sin pausa, procurando no destacar porque no hay vegetación circundante. Estamos a 1600 metros de altitud y no hay escondites bastantes, tan solo pequeños arbolillos sueltos y monte bajo, mejor dicho pasto.
El acercamiento va levantándonos el ánimo porque parece un animal bonito, "hecho y derecho", -como decían nuestras madres que teníamos que llegar a ser, de mayores-. Le veía fino, pero es que la realidad me confirmó que esos venaos montañeros lo son, en su generalidad, hablando de representativos. Comen mucho y bien; desarrollan la cuerna deprisa y aunque el pasto típico del norte no es rico, sino mas bien soso, como es abundante y les dura todo el año, echan "leña" enseguida. Paramos a cerciorarnos bien, antes de seguir adelante. En efecto, ese venao da la talla de lo que buscamos: es suficiente. Lejos de llegar a trofeo, pero bonito y satisfactorio como representante de la especie. Para qué más.
De repente echa la cuerna atrás y pega un berrido corto, uno solo. Paramos nuestra aproximación lenta, a ver como reaccionaba y comprobar que no nos ha visto acercarnos. Seguimos adelante por la trocha. En esto que da un respingo y baja a trote ladera abajo, tras las pepas (tenía cuatro), las estaba reuniendo. Con esta carrera la distancia se había hecho mayor, así que la decisión de tirar, o no, había que empezar a tomarla cuanto antes. Nos quedaban unos trescientos metros hasta llegar a su altura y de ahí (lugar elegido para el disparo, antes del acercamiento), hasta el venao, había, al menos, otros doscientos más. Pero los animales no tenían intención de estar ahí mucho mas tiempo, porque la luz empezaba a descubrirles en exceso y se les notaba claramente la intención de descender al fondo del valle, al hayedo.
Nos dio el tiempo justo de llegar, evaluar la distancia, componer el tiro pausadamente, un rato suficiente como para relajar la respiración, buscar el apoyo, esperar a obtener el flanco derecho de la pieza y disparar.
Tarde desapacible, con un viento racheado importante, a tanta altura, que se hacía, por momentos, insoportable. Tanto que costaba sujetar los prismáticos y las manos empezaban a notar el desazón que proporciona el frío porque estamos a +2º. Desde las 20,00 h. hasta el anochecer -hora cumbre de movimiento de las reses- nos plateamos descubrir algún macho tirable, a base de búsqueda estática. Pero como no decían ni "pío", la dificultad de localización en aquella inmensidad pétrea, negociando distancias siempre mas allá del kilómetro, la cosa se puso seria, mas bien imposible. Mala tarde. Tan solo pudimos descubrir, varios machetes pequeños más y algún horquillón bien comido; sueltos, algunos con "pepas", otros todavía en collera (mala señal a estas alturas del calendario y signo de ningún celo) y un venao tirable, justo antes de marcharnos, que asomó en un profundo barranco ya entre dos luces y con buena pinta, pero la incertidumbre de no estar seguros de sus medidas, ante la falta de luz, nos hizo desistir del tiro, aunque estaba a no mas de 150 metros. No me gusta aventurar ni suponer en este tipo de recechos porque la importancia que para mi tiene esta caza no merece un tiro incierto, sin saber a qué tiras; hay que asegurarse y, si se necesita mas tiempo, pues mejor, mas disfrutas el entorno y la cacería propiamente dicha, a ese o a otro animal. Eran las 21,30 h.: fin del día, mucho frío, mas ventisca y poco cante.
Se agradecía llegar al coche porque aquello se estaba poniendo serio y, en el horizonte, negras nubes con pinta que venir, de agua, a tope y con aviesas intenciones. En estas montañas, como te descuides un pelín, una nube empieza a hacerse mayor, a aproximarse, te descarga en un momento sin previo aviso y te empapas, cuando ya cantabas victoria de que te ibas sin mojarte. Cosas de la alta montaña. Es que esto no es lo mismo.
Haré un paréntesis en el relato para reflexionar sobre la importancia de no haber cercas en estos parajes (salvo los cuatro alambres para las vacas, que se los salta un venao a pata coja) y ser territorios abiertos:
Resulta fundamental para la especie poder disponer de esta inmensidad de espacio. Estamos hablando de una reserva de 45.000 has., sobre plano, que, además en montaña es como si tuviera el doble de extensión, donde la movilidad del cervuno es notable -diría que la natural de la especie en libertad, es decir, en estado salvaje-, pudiendo cambiar de querencias, según la estación del año, para elegir los mejores pastos de cada sitio y a distintas alturas, aun teniendo que hacer desplazamientos de varias decenas de kilómetros. Asunto este básico para la alimentación, para el mantenimiento de la salud de los animales y para el intercambio genético entre individuos de la especie, evitando la indeseable consanguinidad, propia de los semi-corrales del centro y del sur peninsular. Esa es la grandeza y el atractivo de estas reservas norteñas y el valor incalculable de disponer de tantos animales y tantas especies en sus dominios: su desarrollo natural. Un tesoro que todos -y mas los cazadores- tenemos la obligación de conservar como está, procurando una gestión lo mas rigurosa posible, impidiendo introducciones de cervuno europeo o de dudosas procedencias, con la excusa de "renovar sangre" para la mejora de trofeos, equilibrando el ratio de sexos y haciendo unas extracciones razonables, sin excesos. Aquí no hay consanguinidad que valga, ni necesidad alguna de mas bichos; en todo caso, si, de mejores, pero eso es pura y dura gestión cinegética. Con los "mimbres" que hay, que son bastantes, sanos y genéticamente autóctonos, hay para un cesto extraordinario. Pero hay que estar ello y no es precisamente fácil, con la demanda de caza actualmente existente, incluidos los terrenos públicos.
No me detendré mas en esta reflexión, porque fue un debate que tuvimos, el celador y yo, bastante interesante, en los ratos de parada para "mirar y mirar" y del que la conclusión que obtuvimos, ambos, fue exactamente esa, pero, además es que el asunto daría para un solo artículo y la cosa de hoy no va por ahí en absoluto, sino de contar las vivencias y resaltar diferencias.
Día 13, 7,00 horas.- Ascendemos en el vehículo por otra carretera de montaña, de esas estrechas, aunque con buen firme. La verdad es que me encontraba un poco desilusionado por la poca berrea que había, mas que nada por la sencilla razón de que ese espectáculo sonoro te motiva y, habiéndolo vivido en anteriores ocasiones en toda su plenitud, aquel silencio entre montañas no me gustaba nada, cuando, a esa hora y entrada la berrea, debería ser un auténtico concierto de machos, en el hipotético caso de que el permiso otorgado lo hubiera sido tan solo una semanita mas tarde. Cosas de la suerte. Bueno, rectifico, algún "pavete" si echaba unos gorgoritos, tampoco hay que ser perfeccionista ni hay que quejarse, porque, ciertamente, estar allí, como ya he comentado, era una suerte. Eso si, el ascenso acompasado del alba iba mostrando otro escenario mas brutal, si cabe.¡Que montañas, qué maravilla de la creación; este amanecer es precioso!.
Paramos en un portillo, aparcamos y a otear de arriba a abajo. Berrea brevemente un macho a lo lejos, enfrente, a mas de un kilómetro y le vemos: ¡Parece majo!. Vamos a acercarnos más por la vereda que circula a media ladera. El aire bien.
7,30 h.-Caminamos sin prisa pero sin pausa, procurando no destacar porque no hay vegetación circundante. Estamos a 1600 metros de altitud y no hay escondites bastantes, tan solo pequeños arbolillos sueltos y monte bajo, mejor dicho pasto.
El acercamiento va levantándonos el ánimo porque parece un animal bonito, "hecho y derecho", -como decían nuestras madres que teníamos que llegar a ser, de mayores-. Le veía fino, pero es que la realidad me confirmó que esos venaos montañeros lo son, en su generalidad, hablando de representativos. Comen mucho y bien; desarrollan la cuerna deprisa y aunque el pasto típico del norte no es rico, sino mas bien soso, como es abundante y les dura todo el año, echan "leña" enseguida. Paramos a cerciorarnos bien, antes de seguir adelante. En efecto, ese venao da la talla de lo que buscamos: es suficiente. Lejos de llegar a trofeo, pero bonito y satisfactorio como representante de la especie. Para qué más.
De repente echa la cuerna atrás y pega un berrido corto, uno solo. Paramos nuestra aproximación lenta, a ver como reaccionaba y comprobar que no nos ha visto acercarnos. Seguimos adelante por la trocha. En esto que da un respingo y baja a trote ladera abajo, tras las pepas (tenía cuatro), las estaba reuniendo. Con esta carrera la distancia se había hecho mayor, así que la decisión de tirar, o no, había que empezar a tomarla cuanto antes. Nos quedaban unos trescientos metros hasta llegar a su altura y de ahí (lugar elegido para el disparo, antes del acercamiento), hasta el venao, había, al menos, otros doscientos más. Pero los animales no tenían intención de estar ahí mucho mas tiempo, porque la luz empezaba a descubrirles en exceso y se les notaba claramente la intención de descender al fondo del valle, al hayedo.
Nos dio el tiempo justo de llegar, evaluar la distancia, componer el tiro pausadamente, un rato suficiente como para relajar la respiración, buscar el apoyo, esperar a obtener el flanco derecho de la pieza y disparar.
La Rws de 145 grains del viejo S.B. volaba hacia el animal, recorriendo en un instante los últimos 230 metros que le separaban entre la vida y la muerte. El venao rodó al tiro y quedó en el sitio pataleando unos instantes. Un lance rápido, porque tampoco se podía esperar mucho, ya que bicho estaba inquieto, porque, aunque no nos detectó en ningún momento, barruntaba algo y miraba alternativamente en nuestra dirección.
Llegamos -tras descender al lugar- y allí estaba mi venao de las cumbres; doce puntas, largo y algo fino, como pude atisbar de lejos, pero muy bonito, simétrico y sin defecto alguno; con un balazo alto, de pulmón, con salida, limpio y sin gran destrozo que, como todos sabemos, es fulminante y mortal.
No puedo evitar sentir, desde siempre, tras el abate de una pieza de caza, sea cual fuere, en esos momentos siguientes al lance venatorio y ante la contemplación del ser inmóvil que yace a mis pies, esa sensación de "humana" incomprensión -que no tristeza-, que me embarga unos segundos por haber quitado una vida al monte. Se de lo noble y lícito del hecho de cazar, propio del ser humano, no tengo dudas. Es sencillamente la sorprendente, íntima y silenciosa sensación de reconocer una vez mas mi sitio, mi posición, frente a algo tan perfecto y admirable como es un ser vivo, salvaje, poseído al ser cazado, desde el derecho superior del predador. Apenas tenemos esto presente en nuestra intensa vida diaria, donde curiosamente somos presas. Se nos olvida quienes somos, donde estamos, y, por ello, reconocerlo cazando nos sorprende, al aflorar lo mas esencial de nosotros mismos y esto choca con la sensibilidad fehaciente del cazador actual.
De inmediato, regreso de lo alto de la pirámide trófica y supero ese sentir, que pasa a ser sustituido por una gran alegría. Ya tengo mi venao montañés y, además, marcando los tiempos, sin sobresaltos, sin improvisaciones, según el guión previsto, tantas veces repasado. Todo normal, dentro de lo extraordinario. He cazado, limpiamente. Hacerlo así, como está mandado en los procedimientos no escritos de la cinegética, aclara mas todavía aquel choque emocional. Estoy contento.
Aviamos el animal, tomando lo que nos corresponde y dejando lo suyo "al monte", que también tiene su papel en este lance. Buitres leonados, zorros y toda la cohorte de comensales a quienes corresponde su parte; lobos y tal vez algún oso incluido, que de todo hay en esta Reserva. Invitados, estos últimos, que van a justificar por si solos acudir a un par de lugares de querencia y tránsito de estos animales, por si tuviéramos la suerte de dar con ellos, tan solo por visitarles. Propuesta que me hace el celador y anhelo que veo cumplido. Naturalmente que acepto, porque teníamos todo el resto del día por delante, una vez terminado el rececho.
Ciertamente aquello me va a sorprender más todavía. Nada de lo visto a partir de aquel momento estaba en el guión prefijado. Asomamos a una cuesta impresionante y emprendemos el descenso, metidos entre un pinar de ejemplares silvestres, cuando, de repente, veo lo que yo estimaba -y me confirmó el celador-: unos excrementos de lobo a nuestros pies. Curiosa contemplación de algo nuevo para mí. No vemos huellas, porque las que tenía que haber eran de antes de llover, ya borradas para entonces. Seguimos la caminata y al rato, otra muestra mas del "patas pardas" en la misma dirección y vereda. Esta mas nueva, reciente, tiene toda la apariencia de ser de ese mismo día y curiosamente, al fijarme bien, veo que está repleta de pelos, como la anterior. Me aventuraría a decir que son de corzo pero no me atrevo dada mi inexperiencia en lobos y menos en sus cagadas. Seguimos con la investigación, ya relajados, de amena charla en voz baja, toda la cuesta abajo y, distraídos, al torcer entre los pinos en un cruce de caminos..... allí estaba. ¡Joder, el lobo!. Visto y no visto pega un rabotazo y al monte. Ni un solo ruido nos delató su presencia ni hizo el menor, tras su carrera. Quedamos petrificados. Un auténtico fantasma negro, como la sombra en la que estaba parado, esperando a ver qué era aquello que se le acercaba: nosotros.
Me dirijo, enseguida, al lugar exacto donde se perdió en la espesura y descubro una auténtica "autopista" lobera entre los brezos, como si fuera un túnel entre la maraña, difícil de descubrir si no le hubiéramos visto huir precisamente por él. ¡Vaya pájaro!. La gatera me recordó a las que hacen los cochinos en los zarzones. Allí si que había huellas, en el cruce, propias de ser un paso muy frecuentado por nuestro querido "hermano lobo".
Llegamos -tras descender al lugar- y allí estaba mi venao de las cumbres; doce puntas, largo y algo fino, como pude atisbar de lejos, pero muy bonito, simétrico y sin defecto alguno; con un balazo alto, de pulmón, con salida, limpio y sin gran destrozo que, como todos sabemos, es fulminante y mortal.
No puedo evitar sentir, desde siempre, tras el abate de una pieza de caza, sea cual fuere, en esos momentos siguientes al lance venatorio y ante la contemplación del ser inmóvil que yace a mis pies, esa sensación de "humana" incomprensión -que no tristeza-, que me embarga unos segundos por haber quitado una vida al monte. Se de lo noble y lícito del hecho de cazar, propio del ser humano, no tengo dudas. Es sencillamente la sorprendente, íntima y silenciosa sensación de reconocer una vez mas mi sitio, mi posición, frente a algo tan perfecto y admirable como es un ser vivo, salvaje, poseído al ser cazado, desde el derecho superior del predador. Apenas tenemos esto presente en nuestra intensa vida diaria, donde curiosamente somos presas. Se nos olvida quienes somos, donde estamos, y, por ello, reconocerlo cazando nos sorprende, al aflorar lo mas esencial de nosotros mismos y esto choca con la sensibilidad fehaciente del cazador actual.
De inmediato, regreso de lo alto de la pirámide trófica y supero ese sentir, que pasa a ser sustituido por una gran alegría. Ya tengo mi venao montañés y, además, marcando los tiempos, sin sobresaltos, sin improvisaciones, según el guión previsto, tantas veces repasado. Todo normal, dentro de lo extraordinario. He cazado, limpiamente. Hacerlo así, como está mandado en los procedimientos no escritos de la cinegética, aclara mas todavía aquel choque emocional. Estoy contento.
Aviamos el animal, tomando lo que nos corresponde y dejando lo suyo "al monte", que también tiene su papel en este lance. Buitres leonados, zorros y toda la cohorte de comensales a quienes corresponde su parte; lobos y tal vez algún oso incluido, que de todo hay en esta Reserva. Invitados, estos últimos, que van a justificar por si solos acudir a un par de lugares de querencia y tránsito de estos animales, por si tuviéramos la suerte de dar con ellos, tan solo por visitarles. Propuesta que me hace el celador y anhelo que veo cumplido. Naturalmente que acepto, porque teníamos todo el resto del día por delante, una vez terminado el rececho.
Ciertamente aquello me va a sorprender más todavía. Nada de lo visto a partir de aquel momento estaba en el guión prefijado. Asomamos a una cuesta impresionante y emprendemos el descenso, metidos entre un pinar de ejemplares silvestres, cuando, de repente, veo lo que yo estimaba -y me confirmó el celador-: unos excrementos de lobo a nuestros pies. Curiosa contemplación de algo nuevo para mí. No vemos huellas, porque las que tenía que haber eran de antes de llover, ya borradas para entonces. Seguimos la caminata y al rato, otra muestra mas del "patas pardas" en la misma dirección y vereda. Esta mas nueva, reciente, tiene toda la apariencia de ser de ese mismo día y curiosamente, al fijarme bien, veo que está repleta de pelos, como la anterior. Me aventuraría a decir que son de corzo pero no me atrevo dada mi inexperiencia en lobos y menos en sus cagadas. Seguimos con la investigación, ya relajados, de amena charla en voz baja, toda la cuesta abajo y, distraídos, al torcer entre los pinos en un cruce de caminos..... allí estaba. ¡Joder, el lobo!. Visto y no visto pega un rabotazo y al monte. Ni un solo ruido nos delató su presencia ni hizo el menor, tras su carrera. Quedamos petrificados. Un auténtico fantasma negro, como la sombra en la que estaba parado, esperando a ver qué era aquello que se le acercaba: nosotros.
Me dirijo, enseguida, al lugar exacto donde se perdió en la espesura y descubro una auténtica "autopista" lobera entre los brezos, como si fuera un túnel entre la maraña, difícil de descubrir si no le hubiéramos visto huir precisamente por él. ¡Vaya pájaro!. La gatera me recordó a las que hacen los cochinos en los zarzones. Allí si que había huellas, en el cruce, propias de ser un paso muy frecuentado por nuestro querido "hermano lobo".
Oso no vimos aunque a fe que los había (hubiera sido ya la nota de la jornada y la felicidad plena) pero también, mas allá en la misma zona, descubrimos dos restos bien patentes de la digestión del plantígrado, tras digerir frutos silvestres, cuyo nombre me dijo el celador, pero que no recuerdo, lo confieso. Estoy ya hasta emocionado. Esto si que es turismo rural (?) del bueno. Me siento un privilegiado. Regresamos.
He querido relatar esta última experiencia, vivida en pos de contemplar esas especies insignes, protegidas, porque ahí reside otra diferencia esencial de este rececho en la montaña cantábrica. Siempre estás pendiente de que te sorprenda una de estas visiones con silueta de animal, casi fantasmagóricas de ejemplares nunca vistos en latitudes más al sur y eso te proporciona una intensidad y un sentirte libre, como ellos, inmensos.
He querido relatar esta última experiencia, vivida en pos de contemplar esas especies insignes, protegidas, porque ahí reside otra diferencia esencial de este rececho en la montaña cantábrica. Siempre estás pendiente de que te sorprenda una de estas visiones con silueta de animal, casi fantasmagóricas de ejemplares nunca vistos en latitudes más al sur y eso te proporciona una intensidad y un sentirte libre, como ellos, inmensos.
Reconoces en estas montañas, -sabiendo de su presencia excepcional de osos y lobos- el hecho de cazar de forma auténtica animales verdaderamente salvajes, en plena libertad, sin trucos, sin atajos, sin comodidades, sin ventajas, pero también sin limitaciones. Es todo verdad, es diferente.
Para terminar, por si me lee, quiero recordar aquí a mi guía, el celador de la Reserva, -aunque a mi me gusta mas llamarle "Guarda" por ser fiel a la tradición- responsable del orden y buen fin del rececho, que, con seguridad, reconocerá los lugares y los momentos aquí descritos sin necesidad de señas ni de nombrarle. Como le referí en un instante de nuestra experiencia conjunta, un buen profesional no es solo quien hace bien su trabajo, es también aquel que se esfuerza en aprender a hacerlo mejor, cada día. Guardaré un buen recuerdo del rececho del venao montañés, que representa a su especie; en ello él tiene una buena parte de culpa, por haber consentido formar equipo conmigo en la tarea y proceder eficazmente. El rececho siempre fue cosa de dos, nunca existió distancia ni diferencia entre ambos. Gracias a él por compartir estos gratos momentos inolvidables.
Para terminar, por si me lee, quiero recordar aquí a mi guía, el celador de la Reserva, -aunque a mi me gusta mas llamarle "Guarda" por ser fiel a la tradición- responsable del orden y buen fin del rececho, que, con seguridad, reconocerá los lugares y los momentos aquí descritos sin necesidad de señas ni de nombrarle. Como le referí en un instante de nuestra experiencia conjunta, un buen profesional no es solo quien hace bien su trabajo, es también aquel que se esfuerza en aprender a hacerlo mejor, cada día. Guardaré un buen recuerdo del rececho del venao montañés, que representa a su especie; en ello él tiene una buena parte de culpa, por haber consentido formar equipo conmigo en la tarea y proceder eficazmente. El rececho siempre fue cosa de dos, nunca existió distancia ni diferencia entre ambos. Gracias a él por compartir estos gratos momentos inolvidables.
Espero que este relato haya servido para valorar la caza desde el punto de vista de la irrepetible experiencia vivida en este rececho y no tanto por la puntuación del trofeo. Es un buen objetivo para este artículo, porque lo primero queda para siempre presente; lo segundo tal vez solo en la pared del salón.
Cordialmente,
Cordialmente,
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