viernes, 14 de noviembre de 2008

Unidad y desigualdad

Vivimos en un mundo cerrado y endogámico, dentro del ámbito cinegético. Esto es algo que se puede respirar y que padecemos constantemente, una vez dentro. La enfermedad llega ya hasta el extremo anecdótico de que un cazador, socio de un coto cualquiera, que pretenda llevar a un acompañante sin arma -familiar, amigo- el día que le toca cazar, simplemente por disfrutar de su compañía para que contemple, de espectador, la belleza de los lances cinegéticos, sorprendentemente, los dirigentes del coto se lo intenten prohibir o dificultarle hacerlo, argumentando multitud de sospechas, prevenciones generales y exhibiendo un argumentario propio de mentes obtusas, llenas de desconfianza hacia el desconocido. Lo he presenciado y es el colmo del egocentrismo, cuando lo correcto sería lo contrario, pero además, lo conveniente para todos.Estamos en crisis de valores cinegéticos y triunfa la desigualdad.

Posiblemente no caigamos en la cuenta de que hay cosas que damos por válidas y moralmente aceptables, incluso democráticamente como asumidas, pero en realidad vivimos en plena transgresión continua, tanto de los valores de la convivencia como de la libertad. La caza no es la excepción.

Resulta de un atrevimiento sarcástico y de una audacia infinita ver cómo hay gentes que continuamente acuden a los cazadores, enarbolando la bandera de la unidad, la piña, el “todos a una”, etc., mientras, en el sector cinegético, -ese que tanto gustan de mentar como centro de poder- la desigualdad es la norma y la discriminación la constante. Es desolador padecerlo.

Seguramente nos suena aquello de que en tal coto no entra nadie a cazar que no sea nacido en el pueblo, familiar de nativo (o esposo de nativa, en el mejor de los casos). Igualmente nos habrá pasado alguna vez que nos encontramos con que, si no eres agricultor o tienes tierras -aunque sea un tiesto o un corral- tampoco cazas en tal término municipal. Fórmulas, ambas, que encierran claramente la intención de limitar el número de cazadores del coto, pero que, en realidad, lo que pretenden es mantener el control de los que ya hay dentro, para que nadie, fuera del redil, venga a incordiar a esos “reyezuelos de Táifas” que hay en la mayoría de las Directivas de los cotos y Ayuntamientos. En realidad lo que se pretende es poner una venda en los ojos a los cazadores del coto evitando que conozcan y perciban otras formas de ver la caza y reciban información por boca de otros cazadores que pudiera poner en cuestión con razones el mando en plaza de estos jefecillos.

Qué decir de aquello de que, si no eres de tal Comunidad Autónoma, es decir “autonómico de pura cepa” con genes de tal país o región, probadamente demostrables, no te toca un sorteo en una Reserva ni aunque seas campeón del mundo de ajedrez. La distribución discriminatoria de cupos es un escándalo. En este caso la afrenta ya no es por el control, viene de la mano de la moda nacionalista que acentúa, aun más, el cierre a cal y canto frente a otros grupos de cazadores, porque son de “fuera”. La motivación es muy similar a la anterior, solo que producida a gran escala y manejada con intencionalidad política por las Consejerías de M.A. ¿Pero es que nadie quiere reconocer que tanto localismo y endogamia es contradictorio porque no deja de estar afectado por la estructura conceptual y organizativa nacional de la caza en nuestro país, pero además por legislaciones europeas aplicables a todo el Estado?

Para qué contar ya, a estas alturas de milenio, la imposibilidad de acudir a fincas donde, sus propietarios, ni quieren ni necesitan tu dinero –porque a ellos les sobra- y, por lo tanto, en su finca solo cazan sus amigos, en un ejercicio del uso de la propiedad privada llevado hasta sus últimas consecuencias, tanto que hay comarcas, donde la caza es tradición y el latifundio arraigó desde hace siglos, donde los cazadores de clase media ya ni pisan hace décadas, es decir, estas zonas cinegéticas ya no vienen en el mapa de la caza hispana accesible. No hace falta mencionar a los de las clases mas bajas. Esos ni existen. El goteo de fincas de caza que salen de la oferta cinegética cada año y desaparecen del listado de lugares accesibles, (pagando, claro, faltaría mas) es constante, cada año hay menos. Estos terrenos pasan al anonimato, ocultos hasta para el cazador que paga. Sufrimos, por lo tanto, trabas para poder cazar, nacidas del derecho de propiedad, muy respetable él, naturalmente, pero cuya resultante global es que, la caza, a menos que seas propietario de tierras o natural del paraje en cuestión o tengas finca, la tienes completamente vetada en buena parte del país. No podemos cazar donde queramos ni con dinero. Hay pedigríes que no poseemos que nos lo impiden. Todos ellos constituyen la mayor desigualdad por razón de lugar de nacimiento o clase social que podamos imaginar, en pleno siglo XXI. Me parece moralmente reprobable y democráticamente cuestionable, como decía al principio, pero sobre todo suicida, si hablamos de lo que le interesa a nuestro colectivo cinegético que es aunar voluntades en defensa de lo nuestro.

Grave situación esta que contribuye a ahondar más todavía en la desunión, por desarraigo de grupo social y profundiza en los localismos, en regionalismos que no hacen otra cosa que dividirnos con tiralíneas sobre el mapa. Tú eres de aquí, yo soy de allá; tú no eres de mi grupo, ni de mi clan. Resumiendo: cada uno en su casa, pero todas cerradas a cal y canto para el resto.

Pero aun no queda ahí la cosa, hay todavía más elementos de desigualdad, estos, además por razón de pertenencia a determinado entorno o institución: Federados y no federados; residentes en la ciudad y habitantes de pueblo; cazadores individuales o asociados, jóvenes o veteranos, galgueros o escopeteros, etc.……

En plena evolución del formato y ámbito de relación humana, desde la vieja “tribu” hacia la moderna idea de que la “Aldea Global” es lo mejor, triunfa curiosamente el localismo, la pertenencia a clanes y la división grupal en el sector cinegético. Concluyo pensando, entonces, que esa globalización es para lo que interesa y que, a los cazadores nos han parado el reloj; estamos en plena involución tribal. ¿Es, por lo tanto, factible la apelación a la unidad en este laberinto de intereses?: No, mientras no se practique la solidaridad entre los cazadores españoles, que somos los que sufrimos este problema, porque tras la dispersión, como vemos, viene la desunión, después la desconfianza, tras ella la competencia y mas tarde el enfrentamiento. Justo lo que nos esta pasando. ¿O, es que acaso, quienes proclaman hipócritamente la unidad, no se benefician de esa desunión a base de producir desigualdades constantes desde el poder?: “Divide y vencerás…..” -parece ser la norma efectiva- mientras se nos llama a juntarnos bajo un solo palio de cartón-piedra que se descompone a trozos, pero ahí permanece contra viento y marea. Mientras todo esto siga, que nadie me hable de unidad en plena desigualdad, provocada, inducida y manifiesta, porque es un engaño y una forma de brindar al sol, pero en plena oscuridad. Si son todos estos poderosos quienes me trazan la línea en la tierra para no poder cazar, que no la borren cuando les conviene llamarme para otras cosas.
La pasada y perversa ocurrencia, de hace unas décadas, de que la comercialización de la caza iba a socializarla ha resultado un rotundo fracaso, un engaño; al contrario, el efecto ha sido ponerle puertas al campo y sesgar al colectivo en peldaños y en parcelas. Ahora, en plena crisis económica queda probado rotundamente este hecho, cuando vemos que son, precisamente, los cazadores de menor poder adquisitivo quienes dejan de cazar o reducen sus gastos para cazar. Pero, como vemos, la discriminación económica, ya descontada y aceptada de antemano, no ha sido suficiente, se ha acudido a la del lugar de nacimiento, a la pertenencia y a la posición social, para impedir cazar a los demás.

Uno, que ha tenido la fortuna de vivir en otra época previa, donde la caza abierta y social era la norma y método de convivencia entre gentes, cazadores diferentes, ha paseado su escopeta y su rifle por media geografía hispana y la otra media también, prácticamente. He podido comprobar la riqueza de matices, la visión particular sobre la base común de lo que significa cazar en muchos otros lugares alejados de mi entorno y he llegado a la conclusión de que la pérdida cultural que supone encerrarse en el gueto particular de cada uno, en cada coto, impidiendo conscientemente compartir la caza con otros cazadores, profundizando en la desigualdad a base de discriminaciones, es una idea equivocada, inútil y absurda, completamente nociva para quienes la practican. Resultante: La endogamia estructural en el mapa de la caza en España, buscada constantemente por aquellos que carecen de visión de conjunto, huyen de sus fantasmas y se aferran a sus terrones, con una cortedad vital incurable, propia de aquellos que acaban de llegar a esto y vienen además de ninguna parte. Se pierden lo mejor de la caza: la relación humana.
Los que así actúan y defienden este comportamiento encapsulado no pueden disfrutar de lo que tiene el vecino porque a ese le impiden disfrutar de lo suyo y el hace lo propio, en justa correspondencia. ¿Quién gana?: Nadie; todos perdemos. Se privan del conocimiento venatorio ajeno, del disfrute de lo desconocido, de la relación personal, de echar raíces en otros lugares y grupos, de la permuta de formas y métodos; de acceder, mediante intercambio, a la sabiduría, al conocimiento colectivo acumulado en otros ámbitos y lugares que proporciona la caza. Todo ello para proteger lo nuestro frente al desconocido de fuera. Así no vamos a ninguna parte, pero, además, el pretendido éxito de la idea de la unidad es física y volitivamente imposible.

Recuerdo, en este momento, que cuando yo era un chaval, en las cacerías de perdiz los ojeadores no comían con las posturas e igualmente en las monterías, los perreros no compartían viandas con los de los puestos. No me gustaba esta discriminación y aquella separación buscada. Por fortuna, con el tiempo, se corrigieron tales prácticas, pero uno, que tiene memoria, esboza una sonrisa cuando los que criticaban aquello, hoy ponen barreras discriminatorias a su coto, a su pueblo y a su comunidad, no solo de alambre y candado. Vivir para ver. Siempre creí -y comprobé- que la caza tenía una maravillosa función adicional de hacer amigos, de responder a una necesidad de comunicación entre personas con una misma afición, pues parece que estaba equivocado. Ahora, más que hacerlos, se procura lo posible por perder los que ya tienes y evitar nuevos contactos con gentes de otros lugares. El aislamiento produce desigualdad, es evidente porque, en la caza, la charla en el bar o en la armería no es suficiente, hay que cazar y vivir esa experiencia conjunta plenamente, para estrechar lazos.

Tenemos que abrir las puertas de los cotos a otros cazadores que traigan sangre nueva e ideas nuevas, además de valores y saberes diferentes. Tenemos que tener procedimientos homogéneos, igualdad de derechos, leyes y métodos consensuados aplicables a todos y a cada uno. Tenemos que ser más solidarios entre comunidades y entre gestores de la caza y del medio natural. Tenemos que huir de la permanente sospecha vertida sobre el desconocido. No debe ser el dinero ni el perfil, ni el nivel, ni la etiqueta quienes unan o separen a los cazadores. Por ahí no vamos bien. Hay que recuperar el orgullo de poder mostrar y compartir lo propio; practicar la apertura para poder mejorar lo nuestro, con la visión diferente de lo ajeno. La defensa obsesiva de la propiedad de la caza no debe marcar nuestras vidas de cazadores. Eso estará bien para los agricultores, sus tierras y sus productos, para otros colectivos o sectores económicos, pero no para lo nuestro. La caza es, más que otras muchas cosas, una forma de convivir entre personas, pletórica de valores humanos. Hay que practicar la apertura para recibir solidaridad cuando la necesitemos. Y la necesitamos. Después vendrá la ansiada unidad, nunca antes. Ahora bien, si no lo hacemos los cazadores nadie lo hará por nosotros.


Cordialmente,

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