miércoles, 10 de junio de 2009

Un puesto de solera

Asomar por la cuerda, cargado con los achiperres, dispuesto a dar el puesto de sol, pájaro a la espalda, mocha enfundada e ilusión rebosante, tras la ascensión a la empinada loma de la finca, casi rompiendo monte, era una sensación soñada e indescriptible, a la que aspiraba desde que me hice con la participación en esta emblemática y tradicional finca de caza menor ubicada en Calzada de Calatrava, en la ribera del río Fresneda.

Territorio manchego al que esta temporada de reclamo regresaba, ausente desde hacía ya demasiados años. Rompí a cazar, en su día, de joven, en aquellos montes, plagados de chaparras, jarales y lentiscos por primera vez, siendo un adolescente, es decir, hace ya mas de cuarenta años, desconocedor de sus veredas y secretos. Cacé allí, en varias fincas, durante algunas temporadas, periodo en el que me formé como cazador con perro, sin siquiera soñar o imaginar que, algún día, esto del reclamo, me fuera a cautivar hasta tal punto, como lo ha hecho, en mi carrera venatoria, de una forma así de irreversible e intensa, como para regresar a los mismos escenarios. Cómo cambia el cazador según va cumpliendo años, mejor dicho, cómo evoluciona según va cubriendo etapas de aprendizaje, en esta infinita andadura.


Mañana fresca, con algo de viento, pero agradable, de esas soleadas del mes de Marzo, donde el cielo se muestra con un azul intenso y limpio. El repecho de ascenso era pronunciado, sorteando aquella maraña de monte, quemado a ronchas por un desgraciado incendio, de hace unos pocos años, que convertía aquel periplo en tortuoso, tratando de evitar el tizne y algún desagradable puntazo de la leña muerta, chamuscada, quebradiza, pero endurecida por el fuego. Paso a paso, me aproximaba a mi destino, con una ilusión desbordante.

Por el camino, iba recordando cómo llegue hasta allí, hasta conseguir cazar con la jaula en dicha finca. Por fin mi sueño se iba a hacer realidad: cazar el reclamo en las sierras donde me inicié tras las perdices, hace cuatro décadas.

La finca es muy conocida en el mundo del reclamo de perdiz, pero omitiré su nombre por discreción hacia la propiedad y al actual arrendatario. Tan solo mencionaré que en ella dieron grandes puestos, durante años, hombres de campo, aficionados con mayúsculas al reclamo, como D. José Miguel Risueño, (q.e.p.d.). Hombre serio y cabal, que desprendía categoría personal constantemente, al que conocí hace unos años y quien me brindó la oportunidad de saber, en directo, prestándome un pájaro suyo, de bandera, y dando un puesto con él en Navalpino, lo que significaba, ahondar en profundidad, en esta caza. Razón y detalle por el que le estaré siempre agradecido y mantendré en mi memoria dedicándole, además, este breve relato.

Tenía referencias de ese puesto, como de categoría, por parte de los demás cazadores, compañeros cuquilleros de la finca. Había hecho un intento, mas que nada por conocer el escenario, hacía una semana, pero sin acierto alguno, debido al escaso celo de las patirrojas, circunstancia que me aconsejo desistir, a la espera de que el campo estuviera mas caliente. Así que, este segundo intento, prometía estar reservado a los grandes momentos de esta, la mía, carrera perdigonera.

De la misma forma que no me cuesta apenas esfuerzo narrar momentos de caza y cacerías de otras modalidades que practico, tengo que confesar que, de esta del reclamo de perdiz, no tengo motivación intensa en dar detalles. Soy de la convicción de que es muy difícil describir o narrar lo que ocurre en el lance de reclamo, desde el aguardo, porque se trata de algo tan intimo, profundo y personal, que poner los sentimientos y sensaciones que uno vive, en prosa, resulta complicado, seguramente también porque no domino la narrativa apropiada lo suficiente, pero en realidad considero que no se trata de describir el ritual -proceso ortodoxo, acotado y escrito desde hace siglos- sino de contar lo que se siente íntimamente en cada puesto y eso es lo complicado. No consigo, por ello, cerrar al detalle y completamente la descripción de tantas emociones que me brotan, como a mi me gustaría, pero tengo que decir que, el puesto que di en esa cresta, en la mañana que relato, rebosó solera y tradición por todas partes y la protagonista principal, esa perdiz serreña, brava y arisca de las sierras de Calzada, la misma que las de El Viso y de San Lorenzo, -la poca que queda todavía sin prostituir por hibridaciones indeseables- hace honores por donde acude y deja sentir su presencia en plaza, con tronío y ejemplar reinado. ¡que maravilla de la creación!.

Por fin coroné, agotado, la cumbre de la loma, desde la que se domina toda la finca, ubicada al otro lado del vallejo, frente al cortijo. Ante mi, se mostraba una gran rasa de pasto, salpicada de algunos lentiscos. Sabía de la ubicación concreta del puesto y allí me dirigía. Ya, en la aproximación, sentí la presencia de las camperas por sus cantos en la ladera contraria, en la solana, anticipo sonoro de lo que prometía ser un ardoroso combate con mi jaula, pero que, durante el recorrido, no se habían percatado de mi presencia. Música celestial por todas partes, como premio a mi sigilo.

Justo al otro lado de la rasa se ubica el puesto. Un gran lentisco aislado y alargado, con un pequeño acceso abierto en un extremo, en dirección hacia su interior. Dentro, la tronera se apoya en una gran rama horizontal, que parecía estar allí a propósito, por lo que no había lugar a movimiento alguno, no deseado, de la escopeta. Puesto espacioso, tupido, a base de reconstrucciones y de mil reparaciones durante muchos años; de esos que ni te enganchas ni te estorba ni una rama; tu vista confronta y se alinea perfectamente con la tronera, la plaza y el tanto; se clarea el exterior lo suficiente para dominar los lances y así permaneces completamente oculto y camuflado para el campo, hasta el punto de que la perdiz campera puede estar justo al lado del puesto, sin percatarse de tu presencia, -como así me ocurrió en un par de momentos con la hembra que acudió-. Una verdadera obra de estrategia, su emplazamiento, su orientación y sus hechuras, digna del saber de quien lo diseñó y designó como uno de sus puestos favoritos y a quien cito anteriormente y hago un homenaje con este humilde relato en su memoria.

Colgar, destapar y salir la jaula buscando campo y guerra fue un todo continuo. Se trataba, en esta ocasión, de un algarín que lleva conmigo cinco años y a quién considero, en la actualidad mi mejor pájaro. Elección esta nada casual, para esa precisa mañana, porque quise cazar con el mejor y, ciertamente, así resultó ser, para mi agrado y cumplimiento de mis deseos, en ese puesto. Todo estaba preparado, por lo tanto, para salir y triunfar.

Primero acudió la hembra, tras un pequeño escarceo sonoro y amoroso con la jaula; sola, altiva, de vuelo, irrumpiendo enseguida en lo mas despejado de la rasa; sin miedo ni recelo alguno en busca del intruso galán que ocupaba el repostero, indignada pero, al mismo tiempo, interesada en conocerle. Se entabló el repertorio de diálogos melosos y no hubo lugar a un gran cortejo, puesto que sucumbió de inmediato a la propuesta de mi pájaro, manteniéndose a su lado tras el recibo, olvidando a su anterior consorte. Es una de las cualidades de este pájaro. El desenlace duró lo justo, lo necesario, sin prisas pero lo exacto para dejar dispuesta la gran batalla con el macho campero, hasta entonces en silencio, sin dar señal alguna de su presencia, que, al poco, no se hizo esperar. La sucesión de cantos de la jaula, de provocación y de guerra, cuchicheos, piñones y cañonazos, era constante, alternando con silencios de escucha para medir las fuerzas y subidas de tono, provocando. La respuesta del señor de la gran loma no era menor, precisamente, situado, con gallardía, en lo alto de una peña, no excesivamente grande, de esas que sobresalen del suelo -que, por la zona, llaman "dientes de perro", debido a lo cortante de sus aristas-. Distante el garbón, a unos cuarenta metros, hacía sentir su poderosa e inquietante presencia, recortada, además, su silueta con el viso. El subía también sus tonos  de combate, regañaba a la jaula tratando de dominarla y de expulsar al intruso de su territorio. La música, que salía de ambos pájaros, retándose, conformaba la gran sinfonía de la perdiz serrana en plena expresión de su bravura. Acudió acercándose unos metros, sin prisa, el campero, a rescatar a su hembra de semejante galán recién llegado pero, de inmediato, por prudencia, regresó a su peñasco y allí permaneció, sin inmutarse, hasta que mi algarín le descompuso e irrumpió en plaza, indignado, a la pelea directa, cuerpo a cuerpo. No me extenderé en mas detalles que todo perdigonero imagina, en un puesto de reclamo, salvo que culminó sendos lances, con un entierro en toda regla, como solía hacer siempre mi pájaro.

No podía mas, la emoción me superaba y, a pesar de que la jaula reanudó su trabajo, con respuesta de mas campo, me apresuré a salir y di por terminado aquel maravilloso trance, que guardaré siempre en mi memoria. En algo mas de una hora disfruté como nunca lo había hecho del ritual perfecto del reclamo de perdiz, de aquella perdiz que recordaba y que tantas alegrías me proporcionó en aquellos años.



Lo excepcional no fue el desarrollo del puesto -que también- sino la belleza del entorno, la autenticidad, los aromas, los sabores, los colores y el increíble despliegue de pureza y de bravura, de autenticidad, que se mostraba ante mis ojos, todo en la perfecta armonía, que solo proporciona aquella sierra. Una verdadera delicia para los sentidos, que los aficionados al reclamo tenemos, de vez en cuando, la oportunidad de contemplar, en un puesto de reclamo con solera. Un maravilloso e inolvidable privilegio.

Cordialmente.

2 comentarios:

  1. Gracias, José Antonio.Acabo de descubrir tu post y es un enorme orgullo como hija el compartir tan positivas sensaciones sobre ese auténtico quijote que fue mi padre.
    Con tu permiso,lo he compartido en la red que creé y animo http://participacionruralviva.ning.com/profiles/blogs/un-puesto-de-solera-homenaje-a-un-cazador-mi-padre-jos-miguel

    ResponderEliminar
  2. Has hecho muy bien en compartirlo en tu web.
    Para mi he sido un placer escribir este humilde homenaje a tu padre. Un gran cuquillero y una gran persona.

    ResponderEliminar

Gracias por insertar tus comentarios en el blog.
Te ruego uses en ellos tu mejor criterio y buen sentido así como el mayor respeto, sinceridad y juego límpio tanto para el autor del blog como para los demás cazadores internautas que hagan sus comentarios. Muéstra tus opiniones, ideas y experiencias, siempre, con ánimo constructivo y positivo, en beneficio de la caza y de los cazadores. De nuevo, bienvenido y muchas gracias por tu participación.